Una vez me dijo José Luis Garci que el cine español eran los ojos de Alfredo Landa, de los que podemos considerarle descubridor. Aquellos ojos de perro bajo la lluvia de Alfredo Landa. Los críticos distinguen, poniendo el punto de inflexión sobre la muerte de Franco, entre un Landa malo y un Landa bueno, un pseudoactor abominable y otro con el carné de demócrata expedido por las publicaciones correctas, perdón, quiero decir un actorazo ya con coartada cultural fina. Pero si uno ve indiscriminadamente sus películas sin encajarlas en el relato oficioso, encuentra que la única diferencia entre el Landa malo del cine de broma y el Landa bueno del posterior cine serio es que se hizo mayor y le entró el cansancio. Valiéndose del cansancio hizo, sí, lo mejor de su carrera, como la mayoría de la gente empezamos a hacer lo peor.

Landa durante toda su trayectoria encarnó papeles de cabreado, cabreo genético que al parecer trasladaba desde su vida real, lo cual al parecer hacía mucha gracia, pero con los años ese enfado por no terminar de alcanzar a tanta sueca terminó en una especie de resignado fastidio, se dejó un bigote más bien triste e hizo el detective apodado 'el piojo' en El Crack 2, para mí su película número uno, porque la primera parte renquea de guión. En El Crack 2 llovía fastidiadamente en los ojos de Alfredo Landa durante toda la película y dejaba calado a un imborrable José Bódalo.

El gran Fernando Rey tuvo que dejarse perilla para que su rostro un tanto gelatinoso adquiriese consistencia y sus papeles resultaran convincentes, y Alfredo Landa se dejó bigote para que su expresión de permanente mal rollo le llegara hasta el suelo, barriendo las calles de la sucia y casi suburbial Gran Vía madrileña de principios de los ochenta, magistralmente captada en la que, como digo, para mí es su gran obra. No existe un Landa que de repente se volviese un muy otro actor aceptado por la crítica, sino que fue la vida, simplemente, la que lo ralentizó, algo que le vino también muy bien a su colega José Luis López Vázquez.

En cuanto a López Vázquez lo pusieron a actuar a menos revoluciones se vio lo inquietante actor que era, y lo mismo le ocurrió a Landa en cuanto dejaron sus líneas de diálogo para noventa minutos de película escritas con sobria letra gorda en un papel de fumar.

Landa había hablado durante sus papeles de enredo como para ocupar dos o tres vidas normales, y al verle ese bigote sellado a la boca como un velcro en El Crack 2 diríase que, a partir de entonces, se tiró los treinta años que aún le quedaban de existencia sin necesidad de añadir una palabra más.

Sólo mirando.