Y ni los cuento, solo los siento. Ahora ha sido el turno de uno de los grandes, de Alfredo Landa, que se ha ido a los 80 años. Me cabe la satisfacción de haber escrito de él en vida, con la admiración que le tenía, que le tengo, a su figura de hombre normal y actor de excepción. ¡Ay! si hubiera nacido en EE UUÉ pero fue hijo de guardia civil.

En la filmografía de este enorme de la pantalla, que hasta creó género propio en el cine, 'el landismo', hay docenas de películas que dan de él una maravillosa creación de su talento. Ya era difícil lo que se entiende por insustancial en esas películas de los sesenta que nos hicieron sonreír, con sus devaneos con los monumentos femeninos, con Torremolinos o siendo Pepe, en Alemania. Los espectadores tenemos la sensación de que interpretaba al hombre españolÉ Hasta en sus películas dramáticas: agente de policía, pero español. Es el actor español por excelencia. De Murcia, cuando Ninette; Sancho Panza inmejorable.

Nadie podría haber mejorado su papel en Los santos inocentes de Camus, ni causado más impacto su grandeza en la pobreza campesina que representa, la injusticia social. Español, sí, muy español, Landa, mucho más que otros que lo pretenden y no pueden con la carga. Landa fascista en la ficción, daba miedo verlo, como si hubieran vuelto las camisas negras. Landa hippy en El Puente, una película en el extremo inverosímil de lo imposible y donde el actor vino a decirnos qué capacidades eran las suyas, para completar todo el andamiaje de sus grandes posibilidades.

Y en la televisión creó los personajes creíbles, los que nos son familiares en este siglo XX que cada vez se reduce más en sus plantillas de grandes maestros. La muerte de Landa es la muerte surrealista de ese bosque animado que desearíamos siempre vivo para los sueños, para hacer de la literatura un camino hacia la imagen más rebelde. Sin Landa, la renovación del cine español se hace necesaria, y no me gusta, personalmente, el camino de los últimos protagonistas que nos representan. Landa era puro, real, uno de los nuestros, bajito, con nuestro lenguaje y su sonrisa de pícaro necesitado de afecto. Mucho Landa, don Alfredo inconmensurable.

De vida personal prudente y discreta, afable, aunque en los últimos tiempos habló con alguna herida del alma. Condición humana que hay que disculparle y comprenderle; su trabajo justificaba algún lamento que otro, qué menos. El cine español sin Landa tendrá una cojera definitiva. Habrá que revisarlo a pleno pulmón y sin muletas.