Nunca imaginé que una ofensa tan grande hacia la orden franciscana pudiera venir de la propia iglesia católica. Francisco, el de Asís, fundó su orden bajo la tutela de la Iglesia y siempre con respeto y sumisión. Podemos opinar, y hasta discrepar, pero no buscó otra cosa que no fuera la reconversión de los religiosos de la época hacia la verdadera esencia del cristianismo. Al menos, en lo que se refiere a la pobreza y la humildad. Pero, llega el nuevo papa, el jefe del Estado vaticano, y se hace llamar Francisco, así, sin más. Y nos dicen que se trata de un regreso a la sencillez, que esto es prueba del perfil humildísimo del nuevo líder espiritual. No me digas, Pepe, que no ha comenzado a lo grande la nueva campaña promocional de la Iglesia, que ya quisiera la Coca-Cola tener los mismos asesores de marketing.

La Iglesia, como institución, se enfrenta a una serie de cuestiones algo más que delicadas, últimamente se ven rodeados de más fango del habitual o, mejor dicho, se han hecho más visibles sus problemas y tumores internos, que no son pocos desde que Pedro recibió el primer testigo. La gestión de la Banca vaticana huele tan podrida como cabe esperar de una entidad de este tipo, por muy bonito y religioso que sea el logotipo. Manejan tanto dinero, o más, que el resto de bancos y éste se encuentra sometido a los mismos casos de corrupción interna, o más, que los otros. El poderío económico no sirve para lo que debiera y se acumula oro y valores allí como para dar de comer a países enteros en África durante años.

Ya sé que parece la demagogia barata anti-vaticano de siempre, pero es que es la verdad; sería más interesante echar una mano donde se mueren de hambre que hacer giras dedicadas a los jóvenes de familias acomodadas, en países con infraestructura suficiente. Pero, no. Bueno, a lo mejor es que las semanas de la familia y la juventud sirven al Vaticano también para hacer caja, que la cosa está muy mala y siempre hay gobernantes corruptos que se traen al papa, se hacen la foto y facturan luego el triple por la visita, aunque veamos al pontífice pasar por calles donde no había ni un alma. Y el papamóvil acelerando y los comentaristas exaltando el júbilo de los ciudadanos. Pero todos ganan, menos el ciudadano de a pie que luego tiene que cubrir esas y otras alegrías con los servicios que se pierden, la poda en las nóminas y el aumento de los impuestos. Y el de África sin enterarse, como siempre. Dime, Pepe, que todo esto es parte de lo que va a arreglar este papa de corte aperturista.

Porque otro problema que tenemos con este hombre tan sencillo, moderno y cercano a la realidad humana es el de su postura ante el matrimonio entre homosexuales. No está mal que opinen sobre matrimonios, del tipo que sea, quienes lo tienen prohibido porque así se decidió hace siglos en una organización que veía menguar su patrimonio en beneficio de herederos. Lo que ya me parece una ofensa es que haya criaturas en países con dificultades que estén abocadas a una vida sin oportunidades ni recursos, al hambre y a la enfermedad y que encuentren pegas para ser adoptadas por parejas con recursos y vidas estables, y que están deseando dar amor y cariño, simplemente porque estas parejas son del mismo sexo. Desde dentro ya esto debiera ser pecado, pero, visto desde fuera, me parece una atrocidad que me recuerda a los tiempos de Adolfo y sus amigos exterminando judíos, negros, mariquitas, gitanos y gentuza por el estilo, que es lo que sobra en el mundo. Tratar de evitar las adopciones por esta vía es una especie de nazismo burocrático que debiera mirarse con lupa. Y, por lo que sabemos del bueno de Francisco, en este tema parece que tampoco vamos a avanzar gran cosa. Digo, hacia lo moderno y aperturista, que es el papa del nuevo siglo y bla, bla, bla.

Pero la campaña para la nueva imagen continúa y la Iglesia se enfrasca en ella con pasión y ardor guerrero, convirtiéndola en la noticia relevante, anulando la verdadera idea, el fin último de su gestión; no es lo importante si dice o deja de decir, sino que lleva zapatos humildes y viajó en metro. El otro, el que se ha ido, el intelectual, ha tenido un gesto de honradez y valentía sin precedentes al dar ese enorme y mediático bofetón, en forma de renuncia, dejando claro que esta casa no hay quien gobierne ni se deje gobernar, ahí os las apañéis, que bastante tengo yo con lo mío. Y el caso es que abordó el tema de la pederastia y habló de ello en voz alta, lo nunca visto, pero no hay caso, aquí paz y después gloria, que lo que necesitamos es otra cosa. Por eso mismo creo que la Iglesia tiene lo que buscaba: un gestor hábil y que se maneje bien entre pasillos y que, al mismo tiempo, nos deje la estampa de amor y caridad del que se para a besar niños y discapacitados provocando el tierno ooooh de la muchedumbre entusiasmada. En Somalia están esperando al papamóvil también.

Lo peor de estos días ha sido, no obstante, escuchar en boca de todos los comentaristas televisivos, religiosos o no, que iban y venían por las teles hablando y retransmitiendo la apoteósica verbena de la elección, mencionar sin pudor alguno el título de Las sandalias del pescador como si este brillante largometraje resultara fuente de comparaciones posibles con lo que hemos visto estos días en la televisión. En la peli, como en la novela que la propició, el papa electo declara enajenados todos los bienes de la Iglesia en beneficio de los más necesitados. En el cine todo es posible, pero no creo que este Francisco haya venido aquí a eso sino, más bien, a tratar de mejorar la imagen de una institución que solamente busca permanecer inalterable en su mensaje y en su posición.