Primero nos dijeron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y que eso había sumido al país en una crisis económica. Después nos dijeron que, para salir de la crisis, teníamos que trabajar más y ganar menos. Pero como viviendo según nuestras posibilidades reales y como trabajando más y ganando menos, la crisis no remitía sino que, al contrario, se agravaba día a día, nos dijeron que hacía falta otra reforma laboral, la definitiva, para solucionar, además de la crisis, el alarmante problema del paro.

Ahora, después de ajustarnos a las posibilidades de vida que nos podemos permitir trabajando más y ganando menos, después de la nueva y, tal vez, definitiva reforma laboral, hemos descubierto que nos habían engañado. Hemos descubierto que no habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades sino que son ellos, los que condicionan nuestras posibilidades de vida, quienes han vivido por encima de nuestras posibilidades, robando el capital que producíamos con nuestro trabajo y colocando los millones en seguros paraísos fiscales.

Ahora hemos descubierto que la fórmula de trabajar más horas para ganar menos era, como nos dijeron, productiva, pero o no se explicaron bien o nosotros no entendimos lo que nos querían decir. Lo que nos quisieron decir es que con la aplicación de la susodicha fórmula contribuíamos a una doble producción, a la producción de miseria que se reparte equitativamente entre los asalariados y el pequeño y mediano empresariado, y, por otro lado, a la producción de mayores beneficios para los que nos contaron las virtudes de la fórmula, es decir, para los que siempre salen beneficiados de ésta y de todas las crisis.

Ahora hemos descubierto también que la nueva reforma laboral ha servido, de momento, para aumentar la cifra de parados hasta casi seis millones, entre los cuales se incluye el apartado de dos millones de familias con todos sus miembros en paro. Teniendo en cuenta que la población activa es de casi veintitrés millones, los efectos positivos de la reforma laboral resultan, como nos repiten todos los miembros del Gobierno, incuestionables. Tan incuestionables como que tal cifra de paro puede ser absolutamente insoportable para cualquier país, incluso para España. Y esto ya es mucho decir, conociendo la ilimitada capacidad de aguante de los españoles.

La Canciller de Hierro, la señora Merkel, se ha enterado del problema del paro en España y hasta se ha sorprendido por la cifra del paro juvenil. Cualquier persona sensata esperaría algo más que un sobresalto o, mejor dicho, del sobresalto de la canciller, pero ella no parece ser persona que flaquee en sus determinaciones y que dude de la eficacia de sus planteamientos para poner orden en sus filas europeas. Todo lo contrario, su receta ante cualquier sorpresa desagradable es más de lo mismo. Si la enfermedad no remite con el tratamiento hay que cambiar de enfermedad hasta que se acople al tratamiento.

Entretanto, las mentiras que nos han venido contando se han revelado tóxicas. La connivencia en la corrupción existente entre las cúpulas del poder político y económico ha infectado la vida pública generando una atmósfera insana e irrespirable. Los Díaz Ferrán, los Millet, los Urdangarin, los Bárcenas y un largo etcétera que implica a todos, son la causa directa, los verdaderos culpables de la crisis de este país. Y, ante esto, ¿qué hacen los dos partidos políticos mayoritarios? Nada, se sacuden la corrupción como si se tratara de pelusilla y, confiados en la pésima memoria de los españoles, esperan a que escampe.

La conclusión evidente, demasiado evidente, tal vez, pero veraz e ineludible es que el ensayo democrático que en este país se abrió con la Transición ha pecado de un formalismo que ha generado vicios de fondo difíciles de erradicar. Si esta deriva fue prevista, previsible o si ha sido sobrevenida es una cuestión que merece un análisis más profundo; un análisis que, precisamente por la confluencia de vicios asociados, como el amiguismo, el enchufismo, la complicidad culpable o la mera mediocridad, hoy por hoy nadie parece estar en condiciones de llevar a cabo.

Nuestros jóvenes sólo ven una salida, la de cruzar los Pirineos, no sólo porque tienen la amarga certeza de que aquí no encontrarán trabajo sino porque están asqueados y buscan un sitio limpio donde poder vomitar. Yo les aconsejo que se vayan a vomitar preferentemente a Alemania para que a la canciller le toque, al menos, aguantar los efectos secundarios de su medicina.