Para que estas navidades de la austeridad también las termináramos empachados nos han dado a comer doble ración de caldo de discurso de gallina vieja. El septuagésimo quinto cumpleaños del Rey se ha celebrado en casa (televisor mediante), entre amigos (Jesús Hermida y la generación del monarca que, mayoritariamente, sigue trabajando a los 75 años) y con fotógrafo oficial (RTVE, en la velazqueña misión de hacerle a Juan Carlos I retratos ecuestres aunque no esté para montar). Ahí fue donde, a la espera de que soplara las velas, el principal beneficiario nos recordó que la monarquía y la democracia son siamesas inseparables en España.

Repuestos del doble espectáculo de obviedad que fueron las cuestiones planteadas y las no planteadas, al día siguiente llegó la Pascua militar y un ministro invisible y al que dábamos por mudo, agradeció al Ejército español que mantuviera "el ánimo firme y sereno sin atender a absurdas provocaciones", como si el Ejército español pudiera pensar por cuenta propia, ajena al designio político.

Bien callado estaba hasta ahora Pedro Morenés y se ha notado que así era por el estruendo con que ha roto su silencio.

Sobran nervios y torpeza para evitar la desmesura que es enviar mensajes particulares -indirectas de Gila, con Ejército y todo- a través de los medios de comunicación masivos. Artur Mas no se merece el feliz protagonismo de que le regalen el pedazo del pastel del cumpleaños real en el que se identifica la unidad de España al reinado Borbón, coronado por la guinda de la preocupación del monarca, ni el obsequio del trozo del roscón de reyes con el regalo de contemplar como un mérito que el Ejército no rompa la obediencia debida.

El caldo de gallina vieja que empacha a tantos, a Mas le engorda y entona en estos días del invierno crudo en el que se metió a cuerpo gentil, sin leña, sin víveres y en incómoda compañía.