Millones son las cartas que habrán llegado a Sus Majestades de Oriente. Plegarias, deseos, sueños. Todo reducido a una palabra: prosperidad. No ha sido 2012 un buen año, ni ésta una buena noche para millones de familias. Difícil de aceptar las caprichosas vueltas de tuerca de la vida. No sé si algún despacho habrá amanecido con unos kilos de carbón en la mesa. Sería lo más propio de hoy. El premio a todo un año de aciertos pequeños, desatinos improvisados y responsabilidad obcecada al cálculo de escaños. Unos y otros, los que se fueron y los que están. El sigilo del soslayo es una imprudencia. Queda todo lo importante por hacer, aquello que afecta al poder territorial, al manejo de tantos miles de millones y a al bolsillo del que paga, el contribuyente.

La sociedad española es pícara pero no idiota. De recortar la grasa a hachazo limpio nada. Eliminar las duplicidades es un sintagma genérico. La suma está clara; sobra mucho aparato político, algunos enteros. Hacer una administración eficiente es eliminar empresas públicas, diputaciones provinciales, consejerías (la lista sigue) con todos sus cargos asociados dejando sólo lo mínimo necesario. Quemadura en carne viva si te asientas en todo esa maquinaria para llegar donde estás. Organizaciones sindicales y patronales son el blanco de la derecha y la izquierda. De nuevo el binomio de las dos Españas. La misma riña y discusión de siempre. Es difícil desprenderse de las dotes del don y sobre todo el din. Lo evitan en la medida de lo posible. Esto escampará en algún momento así que aguantan agarrándose los machos al asiento y coronándose con el letrero del cargo esté o no retribuido.

En junio, dicen, nos presentarán una reforma año y medio después de tomar las riendas. Demasiado tiempo, demasiado puesto inservible y dinero en el camino. ¿Qué animal de la política está dispuesto a inmolarse? ¿Quién quiere soportar la etiqueta de los siete millones de parados? Digámoslo claro, adelgazar la vaca es dejar a mucho colocado compuesto y sin matrimonio. ¿Cuántos? Cien mil, doscientos mil, trescientos mil. Cientos de miles en cualquier caso. Nadie en las filas presentes reúne el temple necesario para cargarse de razones y hacerlo. Por lo tanto no espero un gran cambio en 2013. La economía seguirá su ciclo, la política el suyo y la gente de a pie se las apañará como pueda. El fondo poco pesa. La naturaleza de cada estamento no muta en cuarenta y ocho horas ni en treinta años.

Mi carta de Reyes era escueta pero creo que me tocará esperar. Me pasa por pedir cosas sencillas; la complejidad de la simpleza. Este año únicamente le había escrito a Melchor, mi Rey preferido, que trajera un saco de cordura para los que gobiernan. Crea o no en los cuentos de Navidad les hace falta mucha falta cabeza fría y sentido común entre tanto oportunismo. Y en el barco vamos todos.