Sólo hay una vida con una identidad y no hay manera de heredarse a sí mismo, lo que no impide que haya personas que acumulen riquezas para 50 o 100 vidas en euros constantes y que andan diciendo por los medios de comunicación, o mandando decir a sus recaderos, que las personas que, creyendo tener trabajo para una vida decente, compraban a crédito una casa donde cobijarse, vivían por encima de sus posibilidades. ¿Qué es más desgraciado, ese afán de acumular para un centenar de vidas o ese discurso de que hay gente que no tiene posibilidades de vivir porque aspirar a lo básico les hace vivir por encima de sus posibilidades? Ahora se rebaja drásticamente la posibilidad de que vivan, reduciendo sus posibilidades de acceder a una educación, a un trabajo, a una sanidad y eso reduce (en poco tiempo) la expectativa de vida (en varios años), al tiempo que mengua la calidad de esa vida.

La idea del apoyo social, de la ayuda colectiva, se reduce para que, en la salvación individual, haya más posibilidades de que unas pocas personas puedan acumular riquezas para vivir más vidas que no van a vivir, o sea para vivir por encima de cualquier posibilidad posible (valga la redundancia, en favor de la expresividad).

Se ha vuelto muy importante rebajar las posibilidades ajenas, de ahí que en la banca española -que está en la vanguardia del fracaso o del éxito, según se mire, de esta crisis- hay ejecutivos que cobran entre 500 y 1.000 veces más que cualquiera de sus trabajadores. Los acumuladores de los que hablamos deciden qué gana ellos y qué los demás. Al sistema económico, en el punto en el que estamos, no le disgusta que así sea. Presenta como modelo personas que primero acumulan muy por encima de sus posibilidades y luego devuelven parte a la sociedad. Es decir, que crean pobres y luego los alimentan. En España, de eso, ni siquiera tenemos tradición.