Hace ya cuarenta años conocí, a través de mi amigo Gabriel Batán, a Román y a su padre, que eran quienes estaban entonces al frente de Origen, una tienda murciana de muebles de diseño. Pero para mí, Origen ha sido siempre un centro cultural. Y lo era ya entonces porque Román mantenía relaciones con los arquitectos, diseñadores, artistas e intelectuales más interesantes de aquella Murcia de los años setenta que tenía una seria preocupación por la cultura.

Si Román era y es un excelente pintor y escultor, y su obra se sostiene por la crítica más consciente y no solo la de Murcia, aquella tienda era toda una exposición de arte, del arte del mueble. Y allí pude comprender que el mueble de diseño, preconcebido para cuidar y para mantener como pieza estética, forma parte también de una cultura, la del disfrute, la eficacia y la comodidad, al margen de las modas pasajeras y hecho por maestros de la madera que, las personas, si son de excelencia, en países como Dinamarca, forman parte del patrimonio del Estado como un bien cultural reconocido.

La importancia de Origen fue creciendo cuando, poco tiempo después, me presentó Gabriel al resto de la familia de Román, particularmente Jesús Pedro y Joaquín Pedro. La cultura del espacio como lugar de vida, de las necesidades de cada situación de la casa propia o de la estancia para darle sentido con el mueble preciso, era ya para mí una consideración más que comercial y de consumo, porque venía apreciando en aquellas largas conversaciones con mis amigos de Origen el papel de los detalles, de la luz, de la silla, de la mesa o la lámpara, hasta del paragüero o la mesita donde colocar el libro que estaba leyendo.

Lo que parecía normal, comprar un mueble, se convirtió así en relevante al conocer la historia del mueble, desde que se concebía en el dibujo hasta que terminaba en la tienda. Se podía saber no solo de qué madera era o el material con que estaba realizado sino por qué se cortaban las tablas a una edad u otra. Pero no hubiera sido suficiente llegar a implementar mi cultura de mejores prácticas de vida, sino que pude apreciar también lo que era necesario de lo que era fútil, lo que tiene relación con la comodidad real o lo que debía de estar más o menos iluminado, lo que debía ser un pequeño lugar de descanso y soledad, frente a otros elementos discordantes de ´llenar´ la casa de muebles.

Estuve muchas veces y tiempo charlando con Gabriel y Jesús Pedro en Madrid sobre estos conceptos, y con Román. Poco después, cuando conocí a Joaquín Pedro (uno de mis mejores amigos, y del que guardo un recuerdo de generosidad entrañable) y a Víctor (siempre lleno de un particular sentido del humor), seguí haciendo uso de aquel centro cultural del mueble y reconociendo algo: los muebles de Origen son para vivir porque forman parte de las buenas prácticas. Por eso ellos no se dedicaban a vendértelos, sino a explicártelos, y tú los comprabas. Que no es lo mismo.

Cuando se jubilaron Román y Jesús Pedro y, años más tarde, fallecieron Joaquín Pedro y Víctor, quedé deshabitado de mis dos amigos y de aquellos ratos en Origen, porque formaban parte de unos momentos de conversaciones estético-creativas que nada tenían que ver con el negocio, sino con el papel de aquella sabiduría del mueble, aparte de su entrañable capacidad para resolver problemas.

Origen se cerró durante unos meses. Pero ahora van a continuar los hijos de aquellos amigos míos: Ana, hija de Joaquín Pedro, y Marco, hijo de Jesús Pedro. Y con la colaboración de La Alegre Compañía y otras instituciones (el Observatorio del Diseño y la Arquitectura, el Colegio Oficial de Arquitectos, el Colegio Oficial de Aparejadores, Arquitectos Técnicos e Ingenieros de Edificación y el Colegio de Diseñadores de Interior/Decoradores), han organizado una exposición, Royalties, en Origen (Las Atalayas), donde se puede ver medio centenar de los mejores muebles del mundo, fieles al diseño original de Dinamarca, Italia, Suecia o Estados Unidos, realizados por los grandes maestros de los siglos XX y XXI sobre diseño de Breuer, Gropius, Mies, Jacobsen, Scarpa, Kita o Patricia Urquiola. Obras de una modernidad sin límites de moda, consideradas ´muebles patrimonio´ que forman parte de las buenas prácticas de relación del mueble y con la vida. Porque, como dice Marco Gil, «los muebles o son para heredarlos o para tirarlos».