Admitamos que se trata sólo de un globo sonda y que la cantidad inicialmente mencionada se puede negociar. Pero con todo y eso, ¡qué baratos nos vendemos aquí!

Mediante el abono de al menos 160.000 euros por una de entre los cientos de miles de casas invendidas, un ruso o un chino „¡de todas las posibles nacionalidades!„ podrían, según esa propuesta del Gobierno, acceder automáticamente a un permiso de residencia temporal.

¡España, a precio de saldo! En otros países de nuestro entorno son mucho más exigentes: diez millones de euros de inversión en bienes muebles o inmuebles piden en Francia.

El equivalente en libras de más de 1,25 millones de euros debe tener el que quiera establecer su residencia en Gran Bretaña como inversor. Incluso nuestro vecino más pobre, Portugal, pone como requisitos la compra de una propiedad de medio millón de euros o la transferencia a ese país de más de un millón. ¡Y no hablemos ya de Suiza!

También se le ofrecen al extranjero posibilidades, que pasan siempre por la creación de riqueza: inversiones en empresas, creación de puestos de trabajo a tiempo completo. Todo menos esa concesión de permiso de residencia a precio de ganga como el propuesto aquí.

Y todo para que unos bancos que acumulan hipotecas incobrables y tienen un parque de viviendas invendidas, muchas de ellas de dudosa calidad y en lugares inverosímiles, se deshagan rápidamente de ese lastre. ¿Para dedicarse acaso acto seguido a financiar nuevas construcciones? Porque parece que no hemos aprendido todavía y que ése es el único modelo de desarrollo que se nos ocurre aquí.

Puestos a financiar el sector inmobiliario, ¿por qué no conceder permiso de residencia a aquellos extranjeros que adquiriesen bienes inmuebles de calidad en los centros de muchos pueblos y ciudades de nuestra geografía, a quienes comprasen palacios, palacetes, bodegas y otros edificios abandonados por sus propietarios, que los heredaron o los compraron para especular y son incapaces de mantenerlos, y que se comprometiesen a reformarlos y mantenerlos, contribuyendo así a la vitalidad de esos centros urbanos hoy tan decaídos?

Habría que elevar, por supuesto, la ridícula cifra establecida como umbral, pero al menos no estaríamos premiando todos esos atropellos urbanísticos que se cometieron a lo largo de nuestro litoral y que hacen que muchos pongan nuestras costas como ejemplo de lo que nunca se debe hacer si se aspira a un turismo de calidad y no a uno de sol y borrachera.

Lo mejor que se puede hacer con muchas de esas construcciones que afean hasta extremos indecibles nuestras costas es dinamitarlas, como hacen de cuando en cuando con algún hotel en Las Vegas.