Se decía de los liberales españoles que eran rancios conservadores en los que el liberalismo empezaba de cintura para abajo. A mí, parecidamente, el sentimiento español sólo me llega desde la cabeza hasta el estómago, y a partir del estómago se me podría confundir con un tipo multicultural o hasta con un catalán. Nunca podría hacer boicot a los productos gastronómicos catalanes, como ya está pidiendo la gente por ahí para esta navidad, porque entre la excelencia y los valores irrenunciables prefiero la excelencia. Tengo mis principios, pero si se me da bien de comer dispongo de otros.

En un momento dado puedo renunciar a la integridad de mi país, pero nunca a la integridad de mis gustos, en los que forman parte fundamental algunos productos catalanes, sobre todo gerundenses. Comprendo que esto no es hacer patria en estos momentos. A mí se me compra con un par de butifarras bien estacionadas. La política es una cosa tan seria que habrá que dejarla en manos de inapetentes y abstemios. En lo que respecta a mi barriga, no hay productos catalanes o no catalanes, hay productos buenos o malos. Y los productos catalanes, que cuando son buenos son mejores, suelen conseguir que yo aporte sin graves problemas de conciencia a la balanza comercial de unos separatistas que me insultan a diario por ser español. Para mí, ser español no es una categoría absoluta que no pueda ser sometida a cierta negociación si el enemigo es capaz de producir algo agradable. En tiempos de la autarquía, había que concienciarse de que el producto español era mejor que el importado sencillamente porque el producto español era el único disponible en los colmados. Pero no quiero que regrese la autarquía. No me veo volviendo al whisky Dyc (el whisky oficial del Instituto Nacional de Industria de Franco, lo llamaba Umbral) porque de pronto los territorios se empiecen a independizar y España se circunscriba a las fronteras de Segovia.

España me tendrá el primero si un día me llama para mantener la sagrada indisolubilidad del país montado en un tanque, pero no para cerrarle una ´botiga´ a un votante de Convergencia. Una cosa es que se decrete el embargo comercial a Cataluña y otra que nos lo creamos de verdad, como hizo Kennedy, que no renunció nunca a los puros cubanos a pesar de prohibírselos a toda la nación. Suficiente boicot se han hecho los catalanes a sí mismos apartando sus productos tradicionales en favor del diseño. Uno de los mayores disgustos de mi vida fue la noche en que llevé a mi jefe Montiel a un asador leridano que recordaba con placer, encontrándolo convertido en una especie de galería de arte barcelonesa donde la comida consistía como mucho en que el ´chef´ te daba a oler su delantal. Con ciertos catalanes, para qué necesitan quejarse de los españoles.