En el sugerente título de Misión Olvido, de la reciente novela de María Dueñas, junto a su carácter referencial respecto a la historia narrada, también subyacen otros posibles sentidos que nos invitan a reflexionar sobre factores externos en el quehacer creativo de la autora. Porque más allá del intento de olvido de la protagonista, Blanca Perea, de una reciente separación matrimonial, o de que a una misión franciscana en California se le denominara Misión Olvido, es comprensible que María Dueñas, sabedora del efecto comparatista respecto a su anterior novela (potenciado por el propio editor al indicar en la faja del libro: «Vuelve la autora de El tiempo entre costuras»), decidiera, con buen criterio, cambiar el paso, hasta donde le era posible, de su discurso novelístico y realizar todo un auténtico ´ejercicio jesuítico´ para que sus lectores trataran de olvidar y no comparar. Incluso la propia autora, según ha confesado, también, en un primer momento, decidió aparcar y olvidar el inicial proyecto novelístico de Misión Olvido y optar por el más ágil y trepidante, y fácil de escribir, si atendemos a su naturalidad y calidad expresiva, de El tiempo entre costuras. Y, tal vez, lo más sencillo y exitoso, evitando determinadas críticas sin apenas rigor crítico-comparatista, hubiera sido seguir, lo que era factible, la estela argumental de su primera novela.

Sin embargo, María Dueñas ha preferido afianzarse como escritora de diferentes registros. Y con esfuerzo, con un laboreo narrativo paralelo al de una investigadora académica, como el que lleva a cabo la profesora Blanca Perea respecto al legado del profesor exiliado español Andrés Fontana, existente en la universidad californiana de Santa Mónica, es como procede la autora. De tal manera que Blanca, protagonista-narradora, procura permanecer expectante, dentro de un ritmo narrativo atemperado, con una intriga apenas trepidante, sino antes bien con un discurrir pausado y en ocasiones intimista. Y como sucede en toda investigación, también en la novela se abren y cierran puertas, se siguen vericuetos que unas veces llevan a ninguna parte y otras nos conducen al espacio deseado. Por ello, hay como una especie de nebulosa que difumina los diferentes estratos de la trama: ya sean las relaciones de Blanca respecto a los profesores Carter y Zárate, o a sus colegas y amigas Rebecca y Fanny. No obstante, a veces, surge el dato imprevisto y jocoso, como el histriónico acontecimiento que protagoniza Carter durante su estancia en Cartagena para conseguir que los padres de su prometida lo acepten como futuro esposo.

Desde las primeras líneas de la novela, María Dueñas es consciente del complejo equilibrio que pretende: íntima y contenida emoción, ritmo ágil, pero seductor y acompasado, y connivencia entre lo subjetivo y lo objetivo. Es como si quisiera hacer suyas y reconducir narrativamente a través de sus personajes a esas «manadas de estudiantes perdidos en dudas, reclamos y anhelos» que cada curso acogía en su despacho (pág. 9). Para, finalmente, trazar las líneas paralelas de tres vidas y comenzar a escribir (pág. 507). Es decir, afianzarse y seguir subiendo los escarpados peldaños que conducen hacia la autenticidad de la escritura y a la consolidación en el complicado oficio y arte de escribir.