Espero que al menos uno/a de mis lectores „ese lector/a ideal para quien siempre se escribe„ usted, sin ir más lejos, tiene tanto sentido del humor que en lugar de echarse las manos a la cabeza espantado por el título de este artículo habrá esbozado una sonrisa de complicidad pensando para sí, por referendos que no sea. Pero vayamos por partes.

Los años de plomo que venimos viviendo, en los que el irredentismo periférico ha logrado embridar las conciencias hasta el fanatismo „o incapacidad total para la autocrítica„ dejan un desolador balance del daño causado en Cataluña. Si hubiera que hacer una síntesis, no tengo la menor duda de que se resumiría en la dificultad que manifiestan los nacionalistas para vivir en su tiempo. En su tiempo económico y democrático.

Por si aún fuera necesario confirmar lo desfasados que están los nacionalismos que restan „como el catalán o el vasco que en su seno separan españoles de nacionalistas„ en contraposición con los nacionalismos que suman „el español, que acoge gran variedad de sensibilidades posibles habida cuenta de las que imposibilitan la convivencia„ voy a traer el ejemplo de dos deslocalizaciones que generaron reacciones paradigmáticas en cuanto al realismo, en un caso, y desmadre, en otro, de las respectivas gestiones encaradas por las autoridades económicas de los territorios, San Francisco y Barcelona, en las que se asentaban las plantas deslocalizadas.

Cuando la empresa Levi´s cerró las últimas fábricas que le quedaban en EE UU, a pesar del significado emblemático de los jeans „símbolo de identidad norteamericano comparable a Coca Cola„ no hubo conmoción social al entender los norteamericanos que la época de globalización que les había tocado vivir no permitía que en San Francisco se pagaran por entonces salarios horarios de once dólares para producir un producto que podía obtenerse en Asia o Sudamérica con menor coste. Casi simultáneamente, supimos que Samsung deslocalizaba sus plantas de Barcelona a China y Eslovaquia. Y ahí sí que fuimos testigos de los niveles de incompetencia que puede alcanzar el nacionalismo en solvente compañía socialista. Carod-Rovira y Josep María Rañé exigieron por la tremenda un plan social de recolocaciones para todos los trabajadores afectados bajo amenaza, que cumplieron, de pedir un boicot a los productos de la empresa coreana. Inútil aspaviento ultranacionalista, además de contraproducente, pues Samsung sólo vendía en Cataluña el 3% de la producción local. Quiere decirse, Carod-Rovira y Rañé, coadyuvaron a lastrar y alicortar las posibilidades de altos vuelos de la economía catalana al desanimar futuras inversiones.

Para empeorar las cosas, tengo pocas dudas de que los nacionalistas catalanes padecen asimismo incapacidad casi congénita para asimilar el instinto democrático profundo de nuestra época que convierten a su conveniencia, y con tendencia a lo irreversible, en simple aritmética electoral. Por esto, antes de pasar a respuestas más contundentes contra los secesionistas, toca desprestigiar sus argumentos hasta el bochorno empezando por la falacia del perfeccionamiento democrático del Estado español via referéndum de autodeterminación restringido al «ámbito propio de decisión territorial». Porque, siendo coherentes, el planteamiento soberanista basado en el ámbito de decisión territorial apoyado en el número justificaría que si dentro de quince años los musulmanes son mayoritarios en Cataluña o Almería (o en Marsella o Berlín) puedan autodeterminarse dentro del ámbito de decisión territorial. Si bien se mira, referendos de estas características se aparentan a una creencia tullida que nada tiene que ver con el concepto moderno de democracia ni con el de ciudadanía. Los casos quebequés o escocés, que a veces se ponen de virtuoso ejemplo, no se asemejan, ni de lejos, al catalán. Lo que necesitan los Estados como España, Francia, Italia, Alemania, etc., son constituciones integradoras, hasta donde sea posible, que permitan la diversidad sin caer en degeneración tribal ni sometimiento a poderes clánicos que fracturen antes o después el conjunto y agudicen apetitos anexionistas en los vecinos.

El asentamiento de mayorías políticas nacionalistas en la periferia ha forzado „mediante la enseñanza, subsidiariedad y subvenciones a chiringuitos ideológicos tipo Òmnium Cultural o Tev3„ un encono contra España que torna inviable nuestro modelo autonómico. A partir de aquí, exigir por parte de los nacionalistas que el ámbito de decisión sea nacional-autonómico genera una dinámica que desembocará inevitablemente en guerra civil o en secesión.

A estas alturas, debería estar claro que la democracia es mucho más que la imposición de las mayorías electorales a las minorías, mídanse ambas como se quiera, porque de lo contrario podría exterminarse por voluntad mayoritaria a una etnia poco numerosa. La democracia es ante todo ausencia de arbitrariedad en la aplicación de las reglas de juego preestablecidas. No se puede cambiar en medio de la partida las reglas del juego a conveniencia como pretenden CiU y sus aliados. Y la regla del juego ha sido dejar en manos de las Comunidades autónomas los aparatos de enseñanza y propaganda pero a condición que no se convirtieran en armas de destrucción masiva del Estado. Si quieren referéndum, de acuerdo, pero en igualdad de condiciones: que se devuelvan todas las competencias al poder central y dentro de treinta años celebraremos un referéndum de autodeterminación en Cataluña.

Empieza a resultar intolerable, y exige réplicas en consonancia, manipular la democracia con propuestas tan demagógicas como oportunistas. En sentido contrario ¿cómo tomarían en Cataluña que el Estado dentro de su propio ámbito de decisión territorial planteara un referéndum para legalizar la libre compra-venta de armas de fuego rayadas en España? En EE UU es legal, no hay razón democrática en contra para que aquí no lo sea. Ahora bien, se vería, con razón, como una manera insidiosa de propiciar un clima de guerra civil en Cataluña sin necesidad de enviar al Ejército. Por tanto, un referéndum, incluso basado en criterios vigentes en países acendradamente democráticos, no siempre conduce al perfeccionamiento de la democracia.