El FMI pide el fin de la austeridad a ultranza en países como España». Es el titular de prensa más significativo de este extraño Día de la Hispanidad en el que aún resuenan los ecos de las palabras de un ministro, de apellido poco hispánico, que ha descubierto que su misión en la vida es «españolizar a los estudiantes catalanes». Ese titular, en sí, es una prueba más de la locura de un mundo en el que es normal que baleen a una niña paquistaní por pretender que todas las niñas puedan estudiar; en el que una chica nepalí puede ser vendida por sus padres como ´esclava doméstica´ „sus generosos amos le pagan unos quince euros al año„ a un banquero a cambio de un préstamo, y en el que el Gobierno que más gusta al capitalismo internacional, el chino, cuyos miembros, desde el primer ministro hasta el último conserje, son afiliados al único partido legal „¡al que llaman Comunista!„ y no dependen para ser cooptados al poder, a diferencia de Chávez, de ningún proceso electoral „sin que, a diferencia del venezolano, ello suponga merma alguna en el respeto, incluso el peloteo, que les demuestran las demás potencias„, alimenta la súper burbuja inmobiliaria que está creando en aquel inmenso país „burbuja cuyo inevitable estallido tendrá consecuencias aún más apocalípticas para la economía mundial„ recurriendo a múltiples formas de terror para expropiar a sus súbditos las tierras y las casas que necesita deglutir la enorme y corrupta máquina de especulación urbanística que han puesto en marcha.

Cuando uno lee lo que afirma, en contra de su discurso de siempre, el FMI, se convence aún más de que hay un componente fuertemente ideológico „castigar a los dilapidadores sureños por sus excesos„ en la política de austeridad impuesta por Alemania, que ha destrozado ya Grecia y Portugal y ahora apunta a España, con la colaboración incondicional de nuestros inefables gobernantes, esos que le han comprado la moto a la Merkel y repiten el falso mantra „esta semana se lo hemos vuelto a oír a un capitoste regional„ de que tenemos lo que merecemos porque «todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades». Pero no es el ideológico el único componente de este proceder germano; detrás está el interés de sus bancos que, como dice Juanjo Millás en una reciente columna, sabían, cuando se lo prestaron «a quien se lo prestaran», que ese dinero «no se les podría devolver. Eso, en Derecho, se llama ´deuda injusta´; lejos de saldarla, debe llevar al acreedor a la cárcel (€) Estamos esperando que los hijos de perra que nos condujeron a la ruina con sus prácticas financieras sean juzgados».

Y es que el Gobierno español es cómplice necesario de un modelo económico cuyas consecuencias para España, si la UE no reacciona rápidamente „una prima de riesgo de 750; una caída adicional de 1,9 puntos del PIB, cuyo nivel de 2008 no se recuperaría hasta 2018; unos niveles de paro descomunales€„ asustan al FMI. Y lo es, en buena medida, también por ideología. Las imposiciones alemanas han sido la excusa perfecta para imponer («no hay más remedio», nos dicen) la contrarreforma del ámbito laboral y los recortes en Educación, Sanidad y en la ayuda a los desfavorecidos que el ala más ´liberal´ „aunque su representante más conspicua, la dimitida marquesa de Tamayo y Sáez, ha sido nuestra gobernante más decididamente intervencionista desde Franco„ del PP llevaba tiempo deseando eliminar porque «impide que nuestra economía sea competitiva». El enorme deterioro causado por estas medidas, que hacen de España el país de la UE en el que la desigualdad social ha crecido más „las clases pudientes prosperan: en España, como en Portugal, los comercios tipo Loewe o los concesionarios de coches de lujo han aumentado ventas y beneficios desde el estallido de la crisis„ y las perspectivas que describe el FMI si no se produce un giro, convencen a todo el mundo, incluida la ´mayoría silenciosa´ a la que tanto alaba Rajoy „el 77% de los españoles, haya salido o no a la calle, está en contra„, salvo a ellos, de que ya basta de recortes.

En vez de rectificar, el Gobierno, con la colaboración de los otros nacionalismos, nos distrae exacerbando tensiones identitarias. Consciente de que el cabreo seguirá creciendo, nos va a ´modular´ la libertad de manifestación y la de expresión.

Pero en sus filas hay a quien esto le sabe a poco y está rogando a sus dioses que le concedan «un caudillo fuerte y justo» que, junto a un «consejo de sabios, ordene nuestra República». No ha nombrado el modelo en el que piensa, pero supongo que no es Chávez. Ni Fidel.