Cada día que me levanto pienso que el Estado me debería incapacitar y prejubilarme con una generosa pensión para el resto de mis días, por las mismas oportunísimas razones de salud que ha achacado el nuevo ministro de finanzas griego para no tomar posesión de su cargo. Yo no puedo ya tomar posesión de la realidad. Vassilis Rapanos iba de camino para jurar su puesto cuando de repente se sintió indispuesto, y mandó al mundo parar. Aún lo están buscando. Se habrá escondido en Badajoz, como «el Dioni de Molina». La verdad es que la realidad está para bajarse siempre dos paradas antes y echar a correr de nuevo para casa como alma que se lleva la prima de riesgo, diciéndote aquello de Pascal: «Todos los problemas de los hombres vienen de no saber quedarse en casa a tiempo». Pensándolo bien, no sólo lo decía Pascal, sino también mi ama Pascuala. Y no sólo hay que evitar acercarse al Parlamento griego, por lo que pudiese pasar, bajándose dos paradas antes: yo me echo en cara todos los días los titulares de los periódicos y también compruebo que la realidad está como para dimitir de ella siempre dos periódicos antes.

Mi salud me aconseja hacer como el ministro frustrado y declarar que la responsabilidad, cualquiera de ellas, me viene grande, porque de pronto nos hemos vuelto muy pequeños, insignificantes. Los recortes también nos han demediado como seres humanos, y hoy bajar a comprar el pan parece una incursión de alto riesgo por si al volver te encuentras con que no hay país bajo tus pies. Yo no tengo la culpa de haber nacido en un tiempo que necesita de nuevo héroes, cuando a lo máximo para lo que me habían educado es para televidente. Se quejaban los que habían vivido en su plenitud el período 1870-1914, tal vez el más optimista de la historia de la humanidad, que no estaban preparados para que el mundo cambiase de repente y mutase en un lugar francamente desagradable para vivir, en el que ya había que trabajar en serio para comer medio de broma. Vassilis Rapanos creyó que tenía una misión histórica poniendo en orden su país, pero conforme iba haciendo el recuento de lo que tenía que hacer encontró que acababa antes si en lugar de su país, que tiene poco arreglo, ordenaba sus asuntos y se ponía a bien con Dios. Ha debido dejar para los griegos el mismo mensaje de aliento que dejó el androide Ash a la tripulación de la nave Nostromo, en Alien, el octavo pasajero: «No tenéis ninguna posibilidad, pero... contáis con mis simpatías».

Cuando el fugado iba a aceptar el cargo de ministro, no había nadie en el mundo que se hubiese cambiado por él, y ahora que ha pegado la espantada, no hay nadie que no quisiera ser él, un tipo que rechaza un trabajo y encima vive mejor a partir de ese momento. Cualquier mañana me planto con un certificado médico que diga que el puesto de supervisor de nubes de Zapatero tenía que haber sido mío.