Vencido casi el primer trimestre, por fin Rajoy va a hacer públicos sus presupuestos para 2012. Los ha pospuesto con diferentes excusas y una sola idea in mente: que su ´extrema agresividad´ —calificativo usado por De Guindos para tranquilizar a colegas de la UE nerviosos por la demora— en los recortes no dificultara el aterrizaje de Arenas —seguro que también pensaba en su candidata asturiana— en el sevillano palacio de San Telmo, que le iba a permitir acumular casi todo el poder institucional de los territorios del Estado sin problemas de identidad, es decir, todos salvo País Vasco y Cataluña, cuyos resultados electorales, de sesgo cada vez más soberanista, son muy diferentes. Pero ahora lo tiene que hacer, no le queda otra, sabiendo que su artimaña ha fracasado, pues, pese a lo que decían las encuestas —esa es otra; los responsables de los sondeos andaluces, salvo quizás los del CIS, deberían reflexionar seriamente sobre la abismal diferencia entre su previsión y el resultado—, esa reencarnación andaluza de Poulidor se queda ¡por cuarta vez! compuesto y sin novia, para gozo de los que mantenían que era misión imposible para este perdedor nato ganar con claridad. Además, sabe que su estrategia se ha descabalado, que se ha dejado gran parte de la gracia que le fuera dada el día del 35 aniversario de la muerte de Franco.

Como ha salido a colación el nombre de su santo patrono, hablaré de la explosión de rabia que los resultados andaluces ha provocado en el numeroso gremio del CCC, el Clan Casposo y Cavernario, nombre que le doy a la masa de ´periodistas´ y ´tertulianos´ ultraderechistas del tedeté party, cristalizada en forma de profusión de insultos, cada uno más atroz que el anterior, al electorado andaluz, el más repetido de los cuales es el de vagos apesebrados cómplices de corruptos. Lo curioso es que esa furia descalificadora por la supuesta afición andaluza a revolcarse en la corrupción coincide con la pleitesía que rinden a otros electorados que han demostrado, al menos, tanta, si no más, afición a votar, cada vez más que la anterior, a presuntos corruptos.

Los madrileños, por ejemplo, le dan, siempre que tienen ocasión, enormes alegrías a ese remedo de la Thatcher que es la señora Aguirre, pese a su pecado original, su muy extraña manera de llegar al poder —dos diputados electos en las listas socialistas, Tamayo y Sáez, no fueron a votar el día que les tocaba, asunto que nadie ha investigado nunca en serio— y a que, bajo su mando, Madrid es la región europea más a la cola en servicios sociales. Y qué decir del electorado de la Comunidad más endeudada de España, Valencia, cuyo índice de corrupción, ya desde la época zaplanista, puede calificarse de siciliano, entrampada para décadas con contratos leoninos favorables al capo de la Fórmula 1, en la que se ha vivido una auténtica orgía de despilfarro con barra libre en trajes, bolsos, relojes y coches de lujo, donde hasta una visita papal estuvo bajo el control de la férrea disciplina gürtelera, y que ha mantenido durante décadas en la cima a tipos de la catadura de aquel Fabra de los reiterados premios gordos en la lotería, del aeropuerto sin aviones, del trasplante saltándose la cola y de los mil y un procesos, casi todos prescritos aunque alguno se haya reabierto. O los baleares, que mantuvieron a Matas en el machito el tiempo preciso para labrarse un saneado patrimonio. Estos otros electorados solo reciben elogios de estos sedicentes patriotas de mesa camilla.

Y, ya que estaban y ante la inminencia de la huelga general, han dedicado parte de su enorme capacidad de trabajo a poner a parir a los sindicatos, que no siempre han acertado pero, como decían muchos de los asistentes a la masiva manifestación posterior, son lo único que nos separa del regreso a la Edad Media. Pero no tienen nada que decir cuando ven que nuestras autoridades —y en eso no hay matices nacionalistas; el soberanista Mas y la madrileña que se cree la reencarnación de Agustina de Aragón se pelean por el proyecto de macrocasinos Eurovegas—, en su afán por conseguir, para sus jóvenes, empleos de croupiers, stripteuses o ´acompañantes´, compiten en ofrecerle al mafioso magnate del juego y la prostitución Sheldon Adelson todo tipo de exenciones fiscales y de bulas legales, con tal de que se radique en su taifa. Es una simple cuestión de percepción. Estoy seguro de que también Rouco, si llega el caso, será comprensivo con este ´creador de empleos´ aunque, eso sí, siempre que le asegure que prohibirá a sus empleadas abortar y a los homosexuales casarse en sus garitos.