Lo bueno de que se muera alguien, por decirlo en alguna forma, es que por fin puedes alabarle o agradecerle algo sin temor a parecer un pelota.

En mi caso yo quiero agradecerle a Antonio Pérez Crespo la confianza depositada en mí y en mi equipo cuando allá por el año 1995 nos dirigió una complicada y relevante investigación sobre recursos hídricos que financió y publicó el Consejo Económico y Social. En aquella ocasión y con aquel motivo descubrí algo que luego tuve oportunidad de confirmar en diversas ocasiones: que Antonio Pérez Crespo era buena gente.

Ya sé que en los momentos de los obituarios es habitual decir sólo cosas buenas de quien ya no está entre nosotros, pero en este caso es sencillamente obligado. Porque más allá de su perfil político, más allá de su contribución a la cosa pública de la murcianía, más allá de su carácter de figura imprescindible de la reciente historia contemporánea de nuestra región, Pérez Crespo fue un personaje cercano, amable, inteligente conversador y atento escucha de sus interlocutores.

Quizás fuera por su humanismo, quizás por su personalidad sesudamente afable, el caso en que durante los años en los que por diversas motivaciones pude relacionarme con él percibí una faceta personal y política cargada de valores positivos que trascendía completamente a los planteamientos ideológicos o de coyuntura. Pérez Crespo fue un tipo que sabía escuchar como pocos y que a pesar de tener una idea muy marcada de región en la cabeza sabía transaccionar las opiniones, valorar las posturas ajenas e incorporar a su discurso particular lo mejor de las posiciones encontradas. Y esto es mucho decir para una persona que era un político de raza, un animal político a tiempo completo, a pesar de que hacia ya varias décadas que la política activa no era su profesión.

Como político en ejercicio no es exagerado decir que Pérez Crespo, junto a unos cuantos de los de su época, puso en pie esta realidad que es hoy la Comunidad murciana. En tiempos en los que todo empezaba, tejió alianzas, construyó instituciones, organizó, gestionó y afianzó la incipiente democracia.

A los cronistas, además, se les nota a la legua que lo son por su saber enciclopédico. Antonio Pérez Crespo, que era también cronista oficial de la Región de Murcia, no fue una excepción. Pero su saber no por extenso era prepotente o engominado. Todo lo contrario. Seguro que muchos tendrán la misma experiencia que yo cuando, para mi sorpresa, en ciertas ocasiones Antonio tomaba el teléfono y me preguntaba alguna cosa de utilidad para sus investigaciones que yo invariable y avergonzadamente no le sabía contestar.

Bueno, se marchó una excelente persona. La sensibillidad y la calidad humana son valores en sí mismos que trascienden todo tipo de planteamientos o consideraciones, y para mí que de estas dos cosas Antonio andaba sobrado.

Larga vida eterna, como en la que Antonio creía.