Tus, sus, nuestros, vuestros profesores. Los míos, muy queridos. Tenían conocimientos, sabían enseñar y despertar la inquietud por aprender e investigar. Cuánto que agradecer por su ayuda en los buenos cimientos educativos de varias generaciones. Otra cosa es la respuesta personal, como en mi caso. Sigo dejando parte de los deberes para última hora —como redactar alguna que otra columna de opinión—, trasnochando más de la cuenta con el fin de terminar la tarea. Hoy uno de mis hijos me decía en tono de sorna: ¡Qué raro, viernes por la noche y tienes que escribir un artículo!... Sinceramente, creo que no tengo remedio. Peccata minuta en el bagaje educativo que, como muchos de ustedes, tuve el privilegio de atesorar.

Lo malo y peor es el desastre de las generaciones más jóvenes. Un sistema de enseñanza que sistemáticamente ha ido mandando al alumnado español al furgón de cola europeo, amén del abandono prematuro de los estudios. Absentismo escolar y bajo nivel en asignaturas fundamentales, rubrican la firma del fracaso —especialmente en la educación pública— a corto y largo plazo. Amalgamado con la sequía del mercado laboral, los resultados, predecibles, son negativos. Con las medidas anunciadas por el ministro de Educación, se atisba un nuevo horizonte. Wert ha insistido en que «la calidad del profesorado es la clave para mejorar los resultados educativos». Somos muchos los que damos fe de ello y no pocos los que agradecemos a tan buenos profesores sus lecciones y consejos, su buen hacer y bonhomía, y los gratos recuerdos de tantas clases ´con clase´ que hacían de la enseñanza una auténtica e inolvidable lección magistral. Sunt ista (esto es verdad).

Profesionalidad en todos los ámbitos es la clave de la prosperidad. Vocación y prestigio prenden la llama del pebetero educativo, llama que enciende el sentido de la vida en el empeño de conseguir, entre todos, un mundo mejor. Niños y jóvenes son el futuro: su educación, la mejor inversión. Educar la voluntad, los sentimientos, la inteligencia, creando vínculos personales. Así lo expresó Alfonso López Quintás: «Necesitamos poner en juego la pedagogía de la admiración o del asombro… Si no vibramos personalmente con las realidades que vamos descubriendo no nos haremos cargo de la grandeza que albergan, no sentiremos la íntima emoción que produce lo valioso y no convertiremos el saber en un principio de excelencia personal. En verdad, como bien advirtió Aristóteles, la admiración es el principio de la sabiduría».