Hombre… pues qué bien. Es bueno que mis dos artículos anteriores sobre los ´unos´, o funcionarios —digámoslo ya por su nombre de pila— sigan teniendo contestación. Pero aún es mejor que, aunque solapadamente, todavía de forma parca y discreta, de manera tímida y como nombrando a la bicha, alguno que otro deslice, si bien como un reto insuperable, o como una especie de sin-remedio, o como un averquieneselguapo, la atrevida posibilidad del algo que, olvidémonos, no es posible. Pero sí que lo es, ya lo creo que lo es. Con tiempo suficiente, se puede cambiar de un sistema funcionarial de base hiperespecial por su hiperprotección, a uno normal. Y sin excesivos traumas,

además.

Pero para hacer ese ejercicio de osada imaginación, primero hemos de despojarnos de las falsas hipocresías que nos han inoculado nuestros mediocres políticos de cuna. Que no sé lo que se necesita para que abramos los ojos de una puñetera vez por todas. Que ahora resulta que los que dieron el dinero público a puñados a los bancos, advierten a los otros que no cuenten con su apoyo si lo hacen ellos, y lanzan admoniciones que los recortes de éstos nos van a llevar a una recesión que ya estaba cuando ellos se apearon del poder, o critiquen que las medidas recaigan sobre las bases, cuando ellos subieron el Iva… Como igual nos percatamos que los que han subido a la poltrona comienzan a hacer, corregido y aumentado, lo que negaron repetidamente en su campaña. O sea, esto es el perfecto enroque de ajedrez, como siempre. Ahora te toca a ti hacer el papel que yo hice y a mí hacer el que hiciste tú… Que estos son tontos y no lo pillan, acho, tío…

Así que tratemos de abandonar todos los interesados prejuicios, y volvamos a nuestro primer párrafo, si son tan amables. Repito: es posible cambiar nuestro rígido e insostenible sistema funcionarial por otro mixto mucho más flexible, como el alemán, o totalmente integrado en el modelo general, como el estadounidense, o por otro más o menos liberal por liberalizado, como el sistema de contratación privado, y que de verdad, en serio, el Estado actúe como una empresa. Y esto no solamente es posible, si no que también es relativamente fácil y, además, encima, se ha hecho ya en aquellos casos en que ha convenido hacerlo. A la chita callando, sí, pero se ha hecho.

Y es, ni más ni menos, que legislar un nuevo modelo, y al otro ponerlo a extinguir. En unas pocas décadas, solucionado. Los que pueden crear serios conflictos por conservar unos inauditos privilegios que causan sonrojantes agravios comparativos, se irían jubilando por lo suyo, mientras los contratados en su lugar no les cabría otra que aceptar la nueva norma, que no es más que la misma que la de todos los trabajadores de este país… Ya sé que todo es matizable, y que pueden existir, yo diría co/existir, sus ineludibles excepciones, naturalmente, pero poderse hacer, desde luego, se puede.

Como se pueden hacer otras cosas. No nos damos cuenta de los signos de cambio y los riesgos que esta sociedad tiene ante sus narices. Todo un sistema económico se está derrumbando, y los Gobiernos, incapaces, se están entregando suicidamente (mezcla de ignorancia y miedo) al poder absoluto y absolutista de los mercados financieros. La entrega de medio billón de euros de dinero público por parte del BCE a los bancos, sin contrapartida a empresas y familias, o el vergonzoso aval de 100.000 millones de nuestro recién ministro De Guindos no caído de su apellido, a la banca ¡habrase visto avalar al que nos presta! demuestra que ya ni se molestan en disimularlo. Estos acontecimientos nos están diciendo que caminamos hacia una dictadura económica impuesta por las oligarquías financieras. Y nosotros queremos arreglar las cosas usando las mismas fórmulas caducas que nos han llevado a esto, y remendando las grietas con los mismos escombros del derrumbe. Así terminaremos por reconocer como (falsas) libertades solo a las que podamos comprar con una tarjeta de crédito.

Dice la célebre profecía maya que hacia final de 2012 y si el gran azteca no lo remedia, «caerá el cielo sobre la tierra y se juntará el infierno con el paraíso»... Bueno, lo cierto es que ya se nos está cayendo el mundo encima, y vemos que los peores demonios tienen bula sobre esta tierra. Así que cada cual se encomiende a su dios de cabecera… porque los Gobiernos, títeres del dios Mammón, no van a hacer mas que emitir espurias promesas para sus oyentes creyentes. Promesas de algo que no saben ni pueden arreglar porque han vendido su arma al diablo que las carga. O sea, a las corporaciones financieras.

Así que solo sé que habrá que caminar hacia nuevos modelos más flexibles y menos rígidos, hacia fórmulas más libres y menos liberales, hacia sistemas más solidarios y menos egoístas. Y tendremos que buscar nuestras propias soluciones antes que nos impongan las de otros… Habremos de cambiar antes de que nos cambien. Nosotros mismos, chatos. Pero poderse, claro que se puede…