La Navidad, tal y como se vive en nuestra cultura, es el momento del año en que los hombres y mujeres «de buena voluntad», misteriosamente se juntan y se hacen regalos. Puede entenderse como un ´misterio´ que significa ´regalo´. Veamos lo que son ambas cosas.

Empecemos por lo que no son. Ni los misterios son secretos, ni los regalos son útiles. Nuestro mundo tolera bien los secretos, pero difícilmente tolera los misterios. Los secretos se desvelan con el conocimiento y mueren con él. Una vez se sabe lo sabido, no se regresa sobre ellos. Sin embargo, los misterios crecen con el conocimiento y por eso, a mayor conocimiento, mayor es la conciencia de no saber. Sobre lo sabido se regresa porque el conocimiento profundiza y aumenta el misterio. El dictum socrático «sólo sé que no sé nada» es ilustrativo a este respecto.

El mundo clásico distingue la sabiduría del conocimiento. La sabiduría lleva aparejada la modestia. El conocimiento la ignorancia. La ciencia descubre los secretos (los del hombre y del universo) como si de un detective se tratara; algo muy propio de la cultura moderna que todos aplaudimos. Al desvelamiento de los secretos se le llama ´progreso´. Los misterios, en cambio, más que conocerse se contemplan y abrazan. La instancia desde la que se aborda el misterio no es la ´razón´ sino el ´corazón´. Porque el corazón es ese misterioso órgano que más que desenmascarar sirve para reconocer, dar cabida y acoger. Y más: cuando muchos parece que tienen el mismo corazón, entonces comparten los recuerdos, quedando conmovidos en una misma dirección y participando comúnmente de un mismo sentido.

La Navidad tiene, a mi juicio, mucho de misterio. Sobre ella regresamos y nos hacemos ´uno´ juntándonos y comiendo lo mismo porque al abrazarla no nos queda más remedio que recordar a aquellos que cobijamos en nuestro corazón ¿Por qué nos juntamos en la casa del padre y de la madre? ¿Por qué volvemos a casa por Navidad? Porque volver es un tipo de movimiento que tiene la forma del recuerdo, que etimológicamente bien de corazón (cor-cordis). Volver, lo que se dice volver, sólo puede hacerse al lugar donde tuvo lugar nuestro comienzo, que no es otro que la casa de los padres. La definición de hogar y de familia podría ser, en este sentido: el lugar al que se vuelve. Seguramente porque durante el viaje de la vida, uno se aleja y se pierde, y quiere volver al origen de los caminos que emprendió: el de la fe, el del amor, el del trabajo, el de la casa paterna. Quizá por eso la familia y el hogar tienen tanta intensidad simbólica en Navidad.

En un segundo orden de cosas, la Navidad es el momento de los regalos. En la emocionante obra de Pedro Salinas La voz a ti debida, encontramos un poema que viene al caso: «¿Regalo, don, entrega?/ Símbolo puro, signo/ de que me quiero dar». ¿Qué es un regalo? Puede entenderse como un obsequio que se da, sin más pretensión que agradar a quien lo recibe y sin contraprestación alguna. Puede entenderse como lo dado, a modo de ofrenda, para reconocer la dignidad o el mérito de una persona. Sea uno u otro, lo que no puede ser es algo útil porque al usarlo se desgasta, y se olvida. Extinguido el regalo de-saparece el donante. De ahí que el olvido sea la condición para un regreso errático que conduce, no tanto al lugar del comienzo como al lugar del que no se puede volver: algo similar a la muerte.

Los regalos útiles son la forma degradada de la donación porque sólo existen para el uso. ¿Cuál es la forma más intensa del regalo o de la donación? Darse uno mismo: entregarse. En otros tiempos, esa era la manera de explicar la vida monacal, o la vocación sacerdotal o misionera.

También servía para explicar por qué los caballeros medievales se embarcaban en las cruzadas: porque el donativo máximo es el de la entrega de la propia vida.

Pero aún hay más. Podemos entregar lo que todavía no somos, y a eso se le llama hacer una promesa: donación anticipada de lo que uno quiere ser y todavía no es, en la forma de algo que no se pueda desgastar ni extinguir porque no se puede utilizar. Eso es el amor y la familia: vivir en los pronombres: tú, él, vosotros, ellos, etc.

Quizá por eso, recordando al poeta, evocamos: «¿Regalo, don, entrega? /Símbolo puro, signo/ de que me quiero dar / Cómo quisiera ser/ eso que te doy/ y no quién te lo da». Algo así es la Navidad: un Misterio que se abraza y una entrega que se Regala ¡Feliz Navidad!