Jorge Semprún me atrapa, pero mis recursos no alcanzan a describir cómo lo logra. Por fortuna, recibo noticia de su muerte mientras estoy

leyendo la última obra teatral de Yasmina Reza, Comment vous racontez la partie. Allí, la periodista Rosanna entrevista a la escritora Nathalie:

—¿Qué le atrae de la idea de un thriller? Dice usted que le gustaría mucho haber escrito un thriller.

—Es un género orgánico, un género que proporciona sensaciones. Prefiero provocar sensaciones a un estado de somnolencia.

Exacto. Semprún pulsa constantemente la actitud del lector, le ausculta y le interroga. Es thrilling. Su lectura cursa con efectos físicos, y nunca firmó una página somnolienta. A diferencia de la mayoría de quienes escriben, incluso de quienes escriben sobre Semprún. Cada libro del preso de Buchenwald se lee como una aventura, y la energía de sus tramas se percibe en su brillante carrera como guionista, porque en el cine no se puede experimentar. El trepidante retrato de la Grecia de los coroneles en Z justificaría una carrera literaria, no en vano figura en las listas de las cien mejores películas de todos los tiempos.

El guionista de La guerra ha terminado y de La confesión encontró además en la pantalla a su álter ego literario, el actor Yves Montand, que también era un francés trasterrado, en este caso desde la Toscana. En tiempos de descrédito de las instituciones continentales, con Semprún muere El hombre europeo, por recurrir al título del libro a dos manos que escribió junto a Dominique de Villepin. La génesis de la Europa contemporánea nos muestra al español Semprún, exiliado en Francia, leyendo en el campo nazi de Buchenwald al norteamericano Faulkner en una traducción alemana. Sólo pudo contarlo después de veinte años invertidos en «la amnesia deliberada para sobrevivir». La literatura de los campos también puede ser de pésima calidad, y así sucede en Kertesz o Wiesel. En Primo Levi, la experiencia es tan desgarradora que a menudo deviene insoportable. Semprún calculó la distancia exacta en La escritura o la vida, y rindió además tributo a la primera obra maestra del siglo XXI, Las benévolas de Jonathan Littell.