En la monarquía británica las mujeres han dejado una huella muy especial. En los últimos quinientos años, tres señoras de armas tomar han sido las protagonistas reales más relevantes, incluyendo a la actual soberana. Entre Isabel I, Victoria I e Isabel II suman más de siglo y medio de reinado. La madre de Isabel I, Ana Bolena, fue decapitada por orden de su padre, el pérfido Enrique VIII, para poder contraer nuevo matrimonio. Método muy expeditivo que durante algún tiempo sustituyó al divorcio. Esta Isabel nunca se casó, y pasó a la historia como la ´reina virgen´. En su obra teatral Contradanza, representada en medio mundo, Francisco Ors escenifica la sodomización de la reina por obra, creo recordar, del conde Essex. Una fórmula muy ´british´ para conservar intacto lo que realmente debía de importar en la época. Isabel fue la última soberana de la dinastía Tudor, la serie que ahora estrena TVE, quizás para demostrar que la historia de los Borbones es un convento de clausura comparada con la salvaje dinastía inglesa.

Entre Victoria I, tatarabuela del rey Juan Carlos, y que representa el esplendor del imperio británico, y la actual soberana, aparece otra mujer. No llegará a reinar pero decidirá el futuro de la dinastía Windsor: la señora Wallis Simpson, norteamericana y divorciada. Por ella, Eduardo VIII abandonará al trono, dinamizando la capacidad mediática de los Windsor para ser a la vez una familia real y una telenovela no menos realista y de máxima audiencia. El rey que simpatizaba con Hitler provocó la entrada en escena del padre tartamudo de Isabel, ahora revisitado por otra celebrada película. Gracias a la señora Wallis, Jorge VI obtuvo una corona que no deseaba. Y de nuevo otra mujer, su esposa, la futura Reina Madre, que falleció centenaria, cuya determinación fue decisiva para que el rey saliera bien librado del trance, hasta que el tabaco acabó con él. Se podría organizar un larguísimo ciclo con los films y series de televisión producidas alrededor de la corona británica. El éxito de esa monarquía reside precisamente en su capacidad inagotable para crear tramas que enganchan al público. Como si detrás de esos personajes hubiera un equipo de guionistas que diseñaran la evolución de sus vidas. Isabel II está a pocos años de batir el record de la reina Victoria, y su desaparición será un día el final de un estilo de reinar y, sobre todo, de los tonos pastel en el vestir.

El primer escándalo del reinado de Isabel corrió también a cargo de una señora. Su hermana Margarita nunca llegó a contraer matrimonio con el coronel Peter Townsend, por tratarse de un divorciado, otra vez la maldita palabra, aun cuando fuera también un héroe de la aviación en la batalla de Inglaterra. Obviamente, no estaban ya los tiempos como para decapitar al cónyuge, como habría hecho Enrique VIII. El asunto se debatió en el Parlamento y llenó las páginas del ¡Hola! de mitad de los cincuenta. El empeño de la joven princesa en casarse con aquel señor que le doblaba la edad conmovió al mundo entero antes de que otra mujer, Diana, nos conmoviera con sus torpezas, su encanto y sus infidelidades. Margarita se vengó consolidando su papel de oveja negra de los Windsor, y terminó casándose con un fotógrafo del que se divorció posteriormente, liándose con un cantante pop veinte años más joven.

Visto lo que habría de venir después, un rosario de adulterios, divorcios y conversaciones telefónicas en las que el príncipe de de Gales decía querer convertirse en el tampax de su amante Camila, el asunto de la pobre Margarita parece cosa de risa. El gran problema del coronel Townsend, o de la señora Wallis Simpson, hubiera podido solucionarse con alguna fórmula tan imaginativa como la empleada por los Borbones para el caso de nuestra Letizia: en lugar de calificarla de ´divorciada´, el comunicado real indicaba escuetamente que ´había estado casada´. Lo que se le negó a Margarita, provocando el drama de su vida, lo mismo que provocó en buena parte la abdicación de su tío Eduardo VIII, se le consintió hace bien poco nada menos que al heredero de la Corona, casado con su amante divorciada y manifiestamente adúltera.

Ahora, siguiendo la moda impuesta en toda Europa, el heredero del heredero se casa con una hermosa plebeya. Como intentando acabar con tantos ´annus horribilis´, que dijo una vez la reina Isabel, los Windsor se ponen también las pilas con esta boda. Por una vez, nosotros lo hicimos antes.