La elegancia dialéctica de su entrenador, la humildad discursiva de sus jugadores y el juego limpio y claro del FC Barcelona lo vienen acreditando como escuela de afición, la que da confianza a lo que es el deporte: un juego de destrezas y habilidades creativas, personales y colectivas, realizadas con un balón en un campo de futbol.

Si todo esto fuese verdad, que lo es en mi opinión, el Barça estaría montándose, lo viene haciendo ya hace algunos años, como dispositivo de vinculación de millones de personas a las que lo que les gusta realmente es el buen fútbol.

Hagamos algunas reflexiones. Hace muchos años era impensable, a pesar de Ramallets, de Vergés, de Suárez o el mago Kubala, que el FC Barcelona estuviera en las tertulias como el mejor equipo del mundo, o en calles como ahora se le puede ver. Hablo de los niños iniciándose al fútbol en los espacios públicos como siempre ha ocurrido. Pero obsérvese la garantía de calidad: casi todos llevan la camiseta azulgrana del Barça. Curioso, porque eso en los años 50, 60, 70, 80 y hasta en los 90 era impensable.

Un movimiento de aficionados de corta edad y tan grande, enardecidos con su Barça aunque sus padres se reclamen del Real Madrid, hubiera sido en el pasado más imaginativo que real. Un amigo del bar El Único, de Santo Ángel, dice que si esos padres no quieren comprarle la camiseta del Barça, por sustanciales diferencias con los niños, éstos reclaman la de la selección española. Pero, en la espalda, ¿qué jugadores?: Villa, Iniesta o de Xavi. Hablo no sólo de países ya conocidos muy aficionados en su conjunto al Barcelona, como son los magrebíes, sino las tierras del sur de España, de nuestra tierra. Salgan y observen, verán si tengo razón.

¿Por qué ha ocurrido esto? Tal vez, entre otros factores que se me escapan, porque el FC Barcelona está haciendo deporte sin alharacas, pero con la certera emoción de lo bien hecho, con la sola pasión del futbol como juego creativo, como artefacto imparable, por laborioso y certero, de un deporte inventado por los ingleses y que hoy, en España, es el deporte más admirado y recreado, gracias no sólo a la sana rivalidad, sino sobre todo al Barça.

Aquí juegan también, independientemente de la estrategia, siempre ajustada e innovadora de su entrenador, excelentes jugadores deportistas, ambos conceptos se unifican y construyen en sí lo que es el Barça como conjunto admirable. No juguemos aquí con el determinismo quebradizo y el casposo españolismo de charanga y toro de Osborne, ni con el chiste malo por necio contra el catalanismo. Se equivoca quien enjuicie así el deporte, sea de quien sea, de la parte que venga porque los jugadores de la selección española, mayoritariamente, son del FC Barcelona.

El fútbol no es sino un deporte que comunica pasión a través del juego. Pero los jugadores del Barça, con su juego, no son sólo un club, sino algo más: son el mismo fútbol, el que determina esa excitación que nos asombra por su juego limpio, que nos sorprende por su iniciativa y su proceso balompédico, el del que espera ver el espectador y que se alza con evidente y propia creatividad.

Lo que ocurre es que, si ustedes lo piensan bien, el equipo de Pujol, Xavi, Iniesta, Pedrito, Villa o al genial Messi, entre otros, no juega sólo a un futbol de excelencia ´galáctica´, sino que su carácter deportivo se hace desde una técnica y una habilidad deportiva madurada en la cooperación interactiva y colectiva posiblemente nunca vista antes; pero que si alguna vez sucede, parecidamente en el césped, lo será cada 40 o 50 años. Y si no, hagan memoria.