El Muro de Berlín, llamado también ´muro de la vergüenza´ —uno de los símbolos de la Guerra Fría— tuvo el triste honor de separar las dos alemanias desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989. Ese 9 de noviembre caía la mole de cincuenta kilómetros de largo y cuatro de alto que durante veintiocho años impidió que familias enteras pudieran unirse y que colaboró a que se mitificara lo que sólamente era producto de la irracionalidad del ser humano. Tanta irracionalidad, que a lo largo de esos años muchas personas dejaron su vida en un intento por alcanzar ´la otra orilla´, mientras mucha gente de buena fe imaginaba que detrás de ese muro imperaba la igualdad más absoluta, la equidad económica y cultural, la dignidad del individuo.

Pero cuando ese muro cayó con estrépito ensordecedor esa gente de buena fe pudo comprobar un gran engaño. Porque detrás de las ruinas que dejaron los cascotes del muro sólo encontraron la nada, la tristeza más absoluta. Y los ojos, inevitablemente, se volvieron hacia las bondades del capitalismo, porque no se vislumbraba —tampoco ahora— otro horizonte, entre otras cosas porque es fácil la adoración al becerro de oro, con el que todos nos sentimos cómodos.

Comodidad que desapareció como por ensalmo cuando un lunes de septiembre del 2008 Lehman Brothers se declaraba en bancarrota, provocando con ello el desplome del sistema financiero mundial; pese a otras economías emergentes que parecen amenazar al coloso americano, lo cierto es que continúa ocurriendo eso de que «cuando EE UU estornuda el mundo coge una pulmonía». Y mientras que nos recuperamos de los estornudos, aquí, en España, las cosas continúan transcurriendo como siempre.

El PP sigue oponiéndose a cualquier medida que tome el Gobierno —sea buena o mala para el país— y el Gobierno prosigue en ese camino de no saber explicar las decisiones que toma. En sitios como esta Región se acoge como a un gurú de la economía del mundo mundial a Manuel Pizarro —que sí, que fue presidente de Endesa, pero que vale—, mientras Ruiz Mateos repite la jugada y se hacen públicas unas, más que cartas, súplicas, de los responsables de Rumasa a Emilio Botín —en los últimos tiempos es la única persona que parece tener las ideas claras— en un intento de arreglar el desaguisado del inefable don José María. Un señor que parece reinventarse por momentos.

Vale, el comunismo fue un rotundo fracaso, pero no sé si el capitalismo es la única solución en un mundo cada vez más convulso.

Motivos para presumir no tiene.