Pedro Belmonte.Miembro de Ecologistas en Acción

La medida del Gobierno de reducir al valor límite a 100 km./h. en autovías y autopistas ha suscitado un agrio y, a veces, exasperado debate. Un hecho que ha contribuido a esto ha sido la capacidad para contarlo mal del Gobierno o, dicho de otra manera, la incapacidad para contarlo bien. Otros elementos que sorprenden sobre la medida en sí son el tipo de críticas y algunos de los detractores. Se ha llegado a decir que es un ataque a la libertad de la persona (¿no lo es los 120 km./h. anteriores?).Hasta nuestro ínclito Fernando Alonso se ha mostrado contrario a esta medida porque, entre otras cosas, se dormiría conduciendo a esa velocidad en una autopista de tres carriles (¿no se dormiría a 120 km./h.? ¿ y a 100?); confundiendo una autopista o autovía con un circuito de Fórmula 1. Otras personas proponen que se eleve la velocidad límite a 140 km./h. (y ¿por qué no? a 180 o 200 o, ya puestos, sin límite de velocidad?).Creo que en este caso, la reflexión, el razonamiento, el rigor, el pensar con la cabeza y no con las tripas, no han sido los elementos principales en el debate público.

Un elemento razonable, querámoslo o no, pero no el único, es la bajada del consumo de combustible a esa velocidad. Según las valoraciones de Instituto para el Ahorro y la Eficiencia Energética, 8,58 litros es el consumo medio de un vehículo de gasolina circulando a 120 km./h. que disminuye a 7,64 litros cuando se conduce a 110 km./h. En el caso de un coche con motor diesel, su consumo medio es 0,6767 litros a los 120 km./h. y 5,42 litros a los 100 km./h. Estos hechos son poderosas razones para la disminución del valor límite a 110 km./h., porque supone un ahorro significativo en el bolsillo de los conductores y en el consumo de combustible y, por lo tanto, se contribuye a rebajar nuestra dependencia energética exterior un poquito más.

Reduciendo la velocidad se ahorra gasoil y gasolina. El transporte es una de las actividades más derrochadoras de energía y de mayor impacto ambiental. Consume el 40% de la energía, de la que un 85% corresponde a la carretera. Por ello, frenar el despilfarro energético en el sector pasa, entre otras medidas, por reducir las velocidades a las que se circula, ya que la máxima eficiencia energética de los automóviles se encuentra en torno a los 90 km./h.

La reducción de la velocidad límite supone en la práctica, una disminución de las emisiones de gases que, como el CO2, son de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático global. También, la disminución de la velocidad límite supone la reducción de las emisiones de contaminantes producto de la combustión del tráfico como dióxido de nitrógeno (NO2), dióxido de azufre (SO2) o micropartículas PM10 y PM 2,5; contaminantes que afectan a la salud pública. Otro elemento es que la reducción de la velocidad contribuye también a la disminución del ruido del tráfico y la contaminación acústica y, por último, pero no menos desdeñable, es que esta disminución de velocidad es un factor, no el único por supuesto, que inciden la moderación de la siniestralidad en carretera.

Esta medida es un paso en el camino del desarrollo de medidas en una Plan de Movilidad Sostenible y en coordinación con el ahorro y la eficiencia energética. Al tiempo que se reduce el consumo de combustibles derivados del petróleo, disminuyen también las emisiones de gases causantes del cambio climático, los contaminantes, las partículas y el ruido, que son elementos de deterioro de la calidad de vida y de la salud, y que se ven reducidas también con estas disminuciones de velocidad como se ha comprobado con numerosas experiencias en el entorno europeo.

Es necesario un profundo debate también sobre el modelo de transporte que queremos para nuestro futuro, en un horizonte del fin del petróleo barato y crecimiento desorbitado de la demanda.