Tan contentos. Están tan contentos como chiquillos con botas nuevas y es que, en el fondo, son como niños; eso sí, como niños perversos, como muñecos diabólicos que hubieran cobrado vida para disfrutar con el sufrimiento ajeno. Así de contentos han salido todos los participantes en la reforma del sistema de jubilaciones y de pensiones. En realidad, se trata de una contrarreforma, concretamente de un nuevo recorte de derechos y de bienestar en aplicación de la exitosa fórmula «que trabajen más y que ganen menos», fórmula que como todos sabemos salvará a este país de la crisis y lo meterá de lleno en la vía inequívoca de la abundancia, la justicia social y la armonía; el mundo del futuro será sin duda un mundo feliz. Y todo gracias al esfuerzo de unos hombres que, quitándose horas de sueño y pasando hasta hambre (no tiene nada que ver que al acuerdo se llegara en el transcurso de una cena), se sacrifican por nosotros.

Los sindicatos (UGT y CCOO) han salido más contentos que unas pascuas porque han evitado que la catástrofe fuera de mayores dimensiones. Gracias a ellos los trabajadores del futuro previsible y visible (no del invisible, pero feliz) podrán salir del trabajo para dar el último suspiro en sus hogares o de camino a ellos. Es inmensa la labor de estos sindicatos mayoristas, porque conscientes de su debilidad real, y sabedores de la inutilidad de convocar una (otra) huelga general, no abandonan sino que prefieren conversar y alcanzar acuerdos que, además, nos lo ha dicho otro que también está contento, Duran i Lleida, darán a este país una imagen estupenda hacia el exterior, lo cual tendrá como consecuencia que los amos del dinero traten mejor la deuda.

No sólo están contentos los sindicatos firmantes y CiU, también y sobre todo están contentos el PSOE y Zapatero. En el PSOE se ponen

contentos porque en su caída libre hacia la nada ya no están solos sino acompañados por los dos grandes sindicatos. De Zapatero, más contento que nadie al entender este acuerdo como un éxito clamoroso debido a su irresistible capacidad de liderazgo persuasivo, dicen que

parece que se está repensando lo de no volver a ser candidato en las próximas elecciones. Así de contento debe de estar.

Pongámonos en el mejor de los supuestos. Supongamos que, de verdad de la buena, hacen lo que pueden y, más aún, supongamos que se creen lo que nos dicen. En este caso todos deberíamos aportar nuestro grano de arena, pero no sólo alegrándonos de que nos bajen los sueldos y de que nos hagan trabajar más horas o de que tengamos que desempeñar nuestros trabajos enfermos o decrépitos por la edad, o de que, si sobrevivimos, malvivamos con pensiones de miseria.

Porque eso no es bastante, yo voy a aportar mi grano de arena proponiendo un plan de recortes basado en el criterio de utilidad. Un asunto que está en boca de todos es el de los privilegios de la casta política respecto al resto de trabajadores. Bien, yo afirmo que ese es un asunto baladí porque lo que hay que suprimir no son los privilegios de los políticos sino los políticos mismos. ¿Para qué sirven los políticos una vez que su única función es aplicar al pie de la letra las órdenes del capital financiero? Así las cosas, un Gobierno (cualquier Gobierno) no es sino un gasto más, un gasto inútil. Más en detalle, el problema tampoco es si el uso de lenguas españolas diferentes al castellano en el Senado supone un gasto innecesario; la cuestión es ¿para qué sirve el Senado? Para nada; es, simplemente, un gasto inútil más. Más detalles: ¿para qué sirven los numerosos organismos o entidades estatales, como, por ejemplo, el Sepes, sino para el dispendio del dinero del contribuyente en salarios completamente inútiles?

Pasemos ahora al gasto que suponen las elecciones con sus campañas: ¿no nos ahorraríamos un pastón si suprimiéramos las elecciones con sus campañas? Supondría, no cabe duda, un inmenso ahorro si los señores amos del dinero que deciden nuestras políticas designaran directamente a sus empleados, es decir, a nuestros gobernantes, dejándonos de carísimas pantomimas.

Ya se que este osado plan atenta contra el discurso de la sensibilidad democrática de nuestros políticos, e incluso atenta contra la sincera sensibilidad de quienes aún siguen creyendo en la bonita ilusión de que vivimos en democracia, pero la realidad es que no es así; la realidad es que no existe democracia cuando el poder y sus decisiones no responden a la voluntad del pueblo soberano sino a una abstracción financiera y de mercado que se concreta, no obstante, en personas de carne y hueso. Por eso, tenemos que decir que lo sabemos. Al menos, que sepan que no nos engañan.