Qué divertido que está resultando este principio de año, y todo gracias a esa pelea sociosanitaria que ha dividido España en dos: de un lado los fumadores y de otro los no fumadores, aunque esta vez quienes tienen que acarrear con el fastidio de fumar son los que le dan al piti.

Lo sé, me enfrento al gran e ilusorio reto de opinar sin que me encasqueten una etiqueta que unos mirarán con recelo y otros aplaudirán. Por eso, antes que nada, tengo que confesarles que soy ex fumadora (gracias a mí misma, sin receta, sin libros, sin leyes… sólo con la ayuda de una apuesta tonta). Hasta hace tres años, era de esas personas que encendían el cigarrillo en el restaurante, la cafería, la discoteca o el local donde tocara. El único sitio donde me daba cierto reparo exhalar nicotina gaseosa era en los lugares de comer, del tipo que fuesen. Pero enseguida se me pasaba gracias a las dos o tres cerveticas que acompañaban el zarangollo.

En mi casa tampoco faltaban las colillas ni esos palitos finitos que quedan una vez que el incienso se ha consumido por completo. A mí me parecía bien. Incluso compartí piso con mi Marga, que no fuma, y sin por ello perder el paquete de vista.

Y dejé de fumar. De un día para otro, así. Hay que ver cómo me cambió el olor de la ropa, una cosa increíble. Aunque tampoco me convertí en una de esas ex fumadoras radicales enemigas de los que aún siguen con el vicio, sí es cierto que me he acostumbrado a los espacios sin humos, así que cuantos más, para mí, mejor.

Pero no es de mí de quien quería hablar, sino de todos esos fumadores que hoy se sienten perseguidos incluso por las cornisas de los edificios, como este bilbaíno que el domingo salvó la vida de milagro tras caerle un trozo de cornisa mientras se quitaba el mono en la puerta del bar. Le echaba la culpa a la polémica Ley Antitabaco, como tiene que ser, a ver si encima va a ser culpa del Ayuntamiento o de la comunidad de vecinos por no dar mantenimiento al inmueble, por Dios.

Lo que a mí más gracia me hace es ese argumento que muchos esgrimen en contra de la citada Ley: «Esto es una caza de brujas»m «nos sentimos perseguidos» y versiones varias. Bueno, sí, es posible que se sientan así, pero convendrán conmigo que durante décadas han sido los no fumadores los que han sacrificado su derecho a espacios libres de humos y sin poder rechistar.

Vaya, ya lo he hecho, me he posicionado… cuando en verdad el único argumento que en verdad explica lo que hoy estamos viviendo está cimentado con la misma argamasa que toda empresa: el dinero, o al menos es el ahorro sanitario lo que el Estado dice que persigue. A ver si alguien se había creído eso de que era por nuestro bien.