Algunas cosas no debieran de haber cambiado tanto hasta hacerlas imposibles hoy en día. Nadie se bate en duelo a primera sangre, por ejemplo. Aunque bien es verdad que aquella moda era más bien francesa, parisiense para mayor precisión.

Un autor teatral, muy ilustre en el teatro del boulevard, el señor Caillavet, se batió con un crítico hostil a su obra, el señor Mas. El combate fue my agitado. Los escritores se sacudieron de firme. El juez de campo que se cubría con sombrero de hongo y se ayudaba de bastón, estuvo a punto de intervenir. Su gesto y rostro no podía ser más feroche. Los padrinos, enchisterados, estuvieron cerca lo de los contendientes, quizá porque portaban sombreros de copa. Los demás, más fulastrones, permanecieron al margen. El duelo terminó porque el señor Caillavet recibió dos heridas en el antebrazo, es decir, que fue vapuleado dos veces por el terrible crítico, con la pluma y con la espada. Total, que estrenar en aquellos tiempos era jugarse la vida.

Otras tantas cosas han cambiado irremisiblemente hasta hacer de esta crónica un papel imposible.

Enrique Borrás, el gran actor, se marchaba a América. Su amigo, Santiago Rusiñol, el gran escritor y pintor, lo despedía en el barco. Y se retratan. Y ponen caras de retratados. Sonríen. Más acentuadamente el actor que el autor. ¡Qué rostro tan bonachón el de Santiago Rusiñol! Rostro de hombre feliz. Lo fue don Santiago. Rico por su fábrica de tejidos se dedicó a la pintura y a la literatura por pura afición. Y triunfó porque tenía talento, no porque tenía dinero. Se pegó la gran vida, la vida de la bohemia dorada, esto es, la bohemia con el bolsillo repleto de monises. Y así es muy bonito dárselas de bohemio. En aquella despedida los dos calzaban botas. ¿Por qué habrán desaparecido casi por completo las botas?

El duelo entre personajes de la vida social alteraba el pulso de las ciudades y el entramado social de sus artistas; cuestión imposible en la narración contemporánea de nuestra época. La íntima amistad de personajes unidos por la vocación artística hasta el total acompañamiento produce, en la demostración de fraternidad, una envidia fácil de sentir en estos tiempos tan individualistas, plenos de egocentrismo.

Hoy nos queremos poco, nos acompañamos un mínimo, aunque para compensar -debe ser- no nos batimos nunca en duelo; ni siquiera mostramos nuestras diferencias de forma airada con el adversario en lo plástico o literario. En definida esta etapa moderada de la vida moderna del XXI, es mucho más aburrida que la de hace un par de siglos más o menos, en la que se dirimía el honor con el acero o el fuego de pistola. Cuestión de criterio.

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