El tonto de las glándulas genitales de mi Otro-Ego, Cocoví Picornell, cuya obra poética no les recomiendo, de algún tiempo a esta parte le ha dado -pedantillo como siempre- por querer establecer de una vez por todas la diferencia que media entre prosa y poesía. Estriba, dice, y sus opiniones, ya se sabe, no admiten réplica, en que en prosa se dicen cosas y que en poesía solamente se las sugiere. E ilustra su parida con un verso octosílabo del poema titulado El general Franco en los infiernos del que es autor Rafael Alberti en el que se moteja al tristemente célebre dictador de gallina de cementerio, para cuya intelección, nos aclara, se precisa de la colaboración del lector y oyente, que es quien en este caso tendrá que tomar en consideración que, en nuestro léxico cotidiano, lo de gallina tiene cierto componente de cobarde además de que las gallinas escarban en la tierra en busca de los gusanos de que, a falta de buen maíz, se alimentan; o sea, de los muertos -un millón, dicen- que costó a España la rebelión del llamado Caudillo contra el Gobierno legítimo de la nación. Y sigue mi hombre con su rollo trayendo a colación como prueba de prosa un texto en prosa versificada: Yo, Gabriel Celaya,/ aspirante a poeta que por ser quien soy/ siempre estoy donde estoy,/ vista la suya del tantos y adelante,/ le digo a usted que no. Es decir, que prosa sería, siempre según él, la jerga de cualquier documento oficial en el que se nos niega -o se nos concede- cualquier gracia, pongamos por caso, solicitada.

Otra cosa es la pasión irreflexiva por el poeta del puerto de Santa María de la que yo, como no podía ser menos, también participo, pero no hasta el punto de pretender poner su obra por encima de la de Góngora o la de Fray Juan de Yepes. Pues hay un solo lujo que no pueden permitirse los poetas y los políticos: el de caer en el ridículo. Robespierre lo hizo una sola vez y al poco tiempo era guillotinado. Y Alberti hizo también el suyo, y además histórico, del que muy difícilmente su memoria podrá recuperarse. Veamos:

Los que fuimos niños durante la Guerra Civil en la zona franquista -Baleares, por ejemplo- recordamos que durante aquellos espantosos tres años fue tácitamente obligatorio que en todos los establecimientos públicos, ya fuese el vestíbulo de un banco o la más humilde de las tabernas, se tuviera expuesta una fotografía ecuestre -siempre la misma- de Franco. Y pobre del gerente de banco o del tabernero que no lo hiciera.

Pues bien, coincidiendo con la época, mi admirado Alberti escribió un poema al que, muchos años más tarde, el cantante Paco Ibáñez sacaría gran partido cantándolo y haciéndolo registrar en disco: Galopa caballo cuatralbo/ jinete del pueblo/ que la tierra es tuya. A galopar, a galopar/ hasta tirarlos en el mar/ etc. Muy bien, perfecto... pero se da la puta casualidad de que el caballo que monta Franco en aquella foto editada a millares es precisamente cuatralbo.

Una lamentable coincidencia, se me dirá. Y sí, pero el poeta, y Alberti lo es y de los mejores, si no quiere caer en el ridículo de vez en cuando, está obligado a saber en qué mundo vive y de cuanto en él sucede.

* Cuatralbo: Dícese del caballo que tiene blancos los cuatro remos.