Ya sabemos que encontrarse en estado de buena esperanza puede ser bastante desesperanzador. Al menos así le debe parecer a Geisha Castl-Hughes, encargada de dar vida a la inmaculada madre de Dios en 'Nativity', quien a sus dieciséis añitos ha engendrado, sin misterios, suponemos, a un niño que le ha cerrado las puertas del Vaticano en el estreno que el próximo domingo se hará de esta película en una de sus santificadas salas.

Al resto del equipo que ha concebido la cinta no parece haberle importado lo más mínimo este pequeño detalle, pues para formar parte de un átomo de la historia no hay más remedio que dejar cadáveres por el camino.

Si Geisha hubiera contado con la mayoría de edad a partir de la que casi todo vale, el preñamiento de la actriz habría dado, seguramente, un motivo más para el dolor de cabeza que tiene que estar soportando Benedicto XVI desde que se equivocara de lectura (o de asesor). Sin embargo, parece que aquí importa más el hecho de la juventud de la donna que la espalda tan ancha que le han dado a la pobre criatura. Esperemos que con los Oscar le vaya mejor que con la misericordia papal.

Quién sabe, lo mismo a la directora del filme, Catherine Hardwick, se le ocurre guardarle al retoño de Geisha una plaza en la escuela de Galilea a la que, aseguran, irá a parar la recaudación del filme. Qué menos.

Pero el mundo no sería mundo sin sus contradicciones, como la tiene el irte con tus amigos a despedirte de la soltería el día antes de tu boda para terminar acribillado a balazos por una panda de policías con el gatillo ligero.

Sin embargo, quién sabe si por suerte, por los astros o porque de cuando en cuando la misericordia divina decide intervenir, a veces el mundo nos pone en nuestro sitio (o nos quita del lugar que nunca debió correspondernos), como le ha sucedido, entre otros lugares, a ese viejo y penoso personaje llamado Pinochet (es curioso que baste pronunciar un nombre para contar toda una historia). Aún recuerdo esos argumentos de "el pobre viejito no aguantará" que argumentaban sus abogados para librarle de la justicia terrenal. Es verdad que el arresto domiciliario no tiene ni punto de comparación con las torturas y asesinatos por los que ha de pagar, sobre todo porque el hombre no está para dar muchos paseos por el jardín.

Pero la humillación que debe sentir quien durante años se sintió como Dios, para quitar y apartar de la vida a quien le estorbaba y a su antojo, aliviará, aunque sea un poco, a los que tuvieron que enterrar ataúdes por siempre vacíos.

Así pues, una de arena para toda la cal que nos han echado encima esta semana, con lazos negros en el deporte, en el mundo del espionaje y en ese otro mundo de violencia del que muchas mujeres salen con los pies por delante.