No sé si existen los ángeles, pero si existen, algunos viven aquí, asomados a uno de los rincones más bonitos del Mediterráneo: el Balneario de Archena. Respirar paz y sentir en tu piel el bienestar emocional es un lujo que los murcianos tenemos al alcance de la mano, y es que pasear junto al río Segura a la altura de la ciudad que alberga uno de los balnearios más bonitos de España es un privilegio; una lástima que la pasarela que une el propio Balneario con la Finca El Parque no sea declarada de Interés Turístico ya que, sin duda, las dos orillas del Segura encuentran aquí su paraíso ansiado, su razón de ser.

Me paseo junto a su alcaldesa, Patricia Fernández, por la ‘playa’ de Archena. Nos cruzamos con una docena de personas que se asoman a ver este rincón recuperado para la ciudad, un lugar que parece sacado de un cuento de dibujos, y que este pasado verano vio desbordadas sus previsiones. Sentarse aquí y simplemente ver pasar la vida de la mano de un libro te lleva, por unos momentos, a sentirte el tipo más feliz del momento.

Junto a la playa, por la orilla, nos acercamos a su Escuela de Música, donde unos cuatrocientos chavales se inician en el maravilloso mundo de las escalas; un edificio realizado con gusto, que yace bajo el famoso puente de Archena, que dentro de poco volverá a brillar con luz propia. Un contraste entre pasado y presente, entre memoria y futuro.

La mejor forma de enamorarse de Archena es subirte primero a observarla bajo tus pies, frente al Cabezo del Tío Pio, lugar donde hace casi sesenta años estalló su polvorín y que, milagrosamente, no ocasión ninguna víctima. Les aconsejo acercarse a su mirador principal, andando una media hora desde el corazón de la ciudad. El jardín que alberga su encantador edifico transformado en Museo del Esparto. Cuando me asomo a ver sus piscinas municipales, mi memoria rescata aquellas tardes que mi padre nos traía a mi hermano Fernando y a mí hasta aquí. Es cuando entiendo por qué la alcaldesa, cuando le pregunto por su infancia, esboza una mirada llena de felicidad.

Me paseo, junto a su alcaldesa, Patricia Fernández, por la ‘playa’ de Archena.

Desde este mirador, -la señalización, no me cansaré de repetirlo, es nuestra gran asignatura pendiente-, se puede observar no solo la ciudad, sino parte de su historia, de sus mitos y sus leyendas.

‘La Masía’ de la cultura y el deporte

Desde aquí, nos acercamos al Teatro de la Villa, donde en un gran escenario se preparan para un concierto. Sin duda, tanto la cultura como el deporte han encontrado aquí una especie de ‘La Masía’, un yacimiento lleno de niñas y niños bailando con la creatividad y el deporte.

La ciudad es un ir y venir de gente, su mercado se prepara para el fin de semana, donde sus puestos recibirán cientos de clientes en busca de productos de proximidad y de calidad.

Una ciudad que cuenta con unas ochocientas plazas hoteleras, más que todo el noroeste y el altiplano murciano juntos, quizás sea la mejor indicación de lo que no solo ofrece este rincón de la semana, sino de lo que podría llegar a representar si existiera algún día un proyecto turístico regional.

La Ermita de la Virgen de la Salud se encuentra entre palmeras y naturaleza.

Le pregunto a Patricia Fernández por sus fiestas. «Nos hemos tenido que reinventar», me dice. «Las fiestas de Moros y Cristianos se han convertido en un acontecimiento lleno de participación e implicación». Le pregunto cuánta gente participa en ellas, y me sorprende su respuesta: «Cerca de cuatro mil personas se involucran en ellas», me dice orgullosa de su gente, una alcaldesa empeñada en poner en valor los grandes nombres que ha dado esta tierra: Inocencio Medina (ilustrador y pintor) o Vicente Medina, (poeta); coetáneos, por cierto (finales del XIX), ambos ilustres personajes. O la maestra Mari Carmen Campoy, la Biblioteca Municipal de Archena lleva su nombre.

Bosque de ribera y olor a aguas termales

Aún no hemos llegado a su joya de la corona y el viaje ya ha merecido la pena. Como dice la canción, si me dan a elegir, les recomiendo ir paseando hasta el Balneario, apenas quince minutos desde el centro de la ciudad, novecientos segundos de paz, de armonía, de bienestar.

El Balneario de Archena se presenta entre un bosque de ribera y un olor a aguas termales que lo hace único.

Entrar en sus instalaciones, ver su particular patio de los leones, sentarse en la terraza de su Casino, pero sobre todo, ver las estrellas por las noches de la primavera al otoño, mientras te sumerges en sus piscinas termales, es lo más parecido que van a encontrar al paraíso por esta zona del levante español.

Una de las piscinas del Balneario Balneario de Archena

Pero, sin duda, lo mejor está en el trato que dispensan sus profesionales a sus clientes, y es que cuando a uno lo hacen sentirse parte de este rincón, es cuando comprende por qué estamos ante uno de los lugares más especiales que ofrece este símbolo turístico.

Se acaba el día, miro a Patricia a los ojos, y le digo que me enamore con un plato. No lo duda: «Trigo», me responde.

«¿Trigo?», le contesto.

«Sí, soy una enamorada de la cocina de cuchara. Aquí, durante los viernes de cuaresma, en las casas se utiliza mucho el trigo con nuestras verduras de la huerta murciana. ¿Me has pedido que te enamore con un plato, no?».

Me vuelvo andando hacia el Ayuntamiento, tengo el coche cerca de él. Sus calles, como dice su alcaldesa, son un ir y venir de gente; curiosamente el año y medio de covid no ha causado un gran destrozo laboral, al contrario, su tasa de paro está muy por debajo de la media regional y nacional: si en 2011 rondaba el 23%, ahora si sitúa en el 12%. Y aunque algunas calles son un pequeño caos, es cierto que la vida fluye en cada rincón, brota en cada pequeño negocio.

Escalera del Balneario de Archena.

«Nos falta darle un empujón al pequeño comercio. Hemos puesto a disposición de ellos herramientas técnicas para competir con el comercio electrónico, y estoy convencida que los comerciantes más temprano que tarde entenderán que su futuro depende de su capacidad de adaptación. Vamos a remar aquí todos juntos», me dice su regidora mientras nos despedimos.

«Gracias por regalarme una pequeña parte de tus recuerdos y enseñarme tu ciudad», le digo.

«Gracias a ti -me contesta-, por regresarme a ellos».

Artículo dedicado a ‘La Pepa’ y a todas las maestras que durante generaciones han hecho de la educación pública en los pueblos del interior una herramienta fundamental para que seamos más libres, más sabios y mejores personas.


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