Llegar a Aledo es volver a nuestras raíces. Aquí el tiempo se detuvo hace tiempo, y solo acepta que se cuelen aquellas pequeñas cosas que sirven para hacer la vida más fácil, y, por eso, este enclave privilegiado se convierte en una especie de ‘Aldea Gala’ en medio de la vorágine de la Región.

Su Torre del Homenaje es el gran guardián de Sierra Espuña: esbelta, imponente, perfecta; allí está, recibiendo el sol cada mañana, con el mar al fondo, dando un toque de magia a un cuadro perfecto, ve pasar el día hasta que el atardecer brinda un espectáculo único y diferente los 365 días del año.

Pero, sin duda, lo mejor de este pequeño paraíso son sus historias llenas de música, imaginación y creatividad, donde la cotidianidad te acompaña paso a paso, esquina a esquina, historia a historia.

La Noche en Vela de Aledo

Su única Noche en Vela (quince mil velas, música, poesía y misterio inundan la ciudad) es el mejor ejemplo de lo que Aledo puede llegar a crear en su interior. Llevaba razón quien dijo que las esencias se guardan en tarros pequeños. Esta velada debería haber cumplido diez años, por lo que ya puede optar a Fiesta de Interés Turístico Regional, pero no tengo duda, está llamada a ser como mínimo de Interés Nacional, y amén que lo conseguirá.

Las pinturas colman la ciudad

Les recomiendo que, antes de entrar a pasear por la ciudad, se acerquen unos dos kilómetros, carretera de Lorca, hasta su Estrecho de Arboleja, y es que a alguien se le cayó un pedazo de un cuento de hadas aquí. Sería bueno que la parte final del Estrecho estuviera en mejores condiciones, aunque estoy seguro de que dentro de poco la harán mucho más accesible; sin duda, sus cortos pero intensos trescientos metros merecen la pena, sobre todo escuchar un concierto entre sus paredes es un placer que la vida te ofrece a veces en bandeja de plata.

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De vuelta ya a la ciudad, lo primero que llama la atención son las pinturas que poco a poco están colmando la ciudad de vida y originalidad, todas ellas llenas de recuerdos y pasajes; y, sobre todo, tienen algo que las hace diferentes, y es que como por arte de magia, de pronto y sin darte cuenta, estás dentro de ellas.

Ana y su hija frente a su mural.

Aquí tuve la inmensa suerte, la vida a veces te regala cosas así, de encontrarme con Ana y su hija Antonia, que andaban tomando el sol. A pesar de su edad y su dificultad para andar, les pedí si podían acercarse a la pintura donde Ana es protagonista, eran apenas cincuenta metros, cuesta arriba y cuesta abajo, cada paso que daban con dificultad más me daba cuenta de lo que la gente de aquí es capaz de hacer por los demás. Le prometí a Ana convertirla en protagonista de esta pequeña aventura, espero que la vida le siga regalando días para hacer a gente feliz como me hizo a mí.

Un libro de recuerdos encantados

En apenas una hora recorres Aledo de norte a sur y de lado a lado, pero si encima tienes la inmensa suerte de recorrerla de la mano de su alcalde, la visita se convierte en un libro lleno de recuerdos encantados.

Escuchar un concierto en el Estrecho de Arboleja es un placer servido en bandeja de plata.

Me habla del Día del Carro con brillo en los ojos, de cómo se fraguó La Noche en Vela (por cierto, doscientas personas, de un total de unos mil habitantes participan en ella, eso se llama compromiso), de los conciertos en el Estrecho de la Arboleja, del Baile de la Puja... es una fuente inagotable de ilusión por su pueblo y los suyos. Sin darnos cuenta, me meto en el Horno, más de cien años funcionando, un lugar lleno de pasado. Lali, hija de Pepe del Horno y Ana, me abre no solo la compuerta, sino que me hace que pruebe su torta de pimentón. Deliciosa.

El Horno lleva más de cien años funcionando.

Apenas unos metros más adelante me tropiezo con el busto de uno de los personajes más famosos, sino el que más, de Aledo, una persona que ha sido reconocida como uno de los mejores en su actividad artística, un ejemplo para mucha gente, y un referente para la música tradicional. Imagino que ya saben de quién les hablo: El Tío Juan Rita. Sobran las palabras. Cuando me encuentro frente al busto, me viene a la memoria mi Chache Miguel ‘Barrancos’, de Águilas, un trovador serio, riguroso, ortodoxo, único.

El busto del Tío Juan Rita.

Mucha gente comete el error de querer llegar enseguida a la plaza que alberga su Torre del Homenaje y la Iglesia de Santa María la Real, y dejarse los pequeños detalles de la ciudad para otra ocasión, como La Picota (siglo XVI), única en la Región y símbolo de la opresión feudal, la conducción de agua de su Arco de Aledo, a dos kilómetros dirección Espuña, o el Paraje de las Cuestas, su Puerta de las Tradiciones o su Recinto Amurallado.

Nueve de cada diez toca un instrumento

La actividad cultural y creativa en Aledo es inversamente proporcional al número de habitantes. Nunca vi tanta capacidad por metro cuadrado, y es que, como dice su alcalde, nueve de cada diez habitantes toca un instrumento.

Mientras nos dirigimos al Mirador, hablamos de sus fiestas y tradiciones, y aparece su Mantellina, una bebida que mezcla miel, limón, anís y agua; la pruebo. Le miro a los ojos y le digo, si este año la pandemia lo permite, y estoy seguro que sí, que el Día del Carro cuente conmigo.

Llegamos al símbolo, no solo de Aledo, sino de la Comarca. Nos asomamos para ver si divisamos algún arruí, no hay suerte, aunque me conformo con imaginarme allí este verano, sentado en uno de los miradores más bonitos del Mediterráneo, con Sierra Espuña tras de mí, y el mar dibujando la silueta del horizonte.

Dónde está Aledo