Debía de ser don Manuel Fraga Iribarne un niño cuando don Víctor Martínez Muñoz se afilió al Partido Popular. Cuentan los mentideros que en la cuna se arrullaba con la música de dicho partido político, mientras jugueteaba con unas gaviotas de cartón que pendían del techo sobre su cabeza. Con el paso del tiempo, y aún con calzón corto, se alistó en las Juventudes peperas con evidentes signos de liderazgo gracias a su bondad, buena retórica y elevada estatura.

Don Víctor es hombre familiar y muy hogareño. Así, de pronto, este señor parece tragar saliva continuamente, algo que suele ocurrir cuando uno ostenta una portavocía. Su energía y decisión reside en el pelo, pelo recio y poblado que se extiende hasta unas cejas densas y bien provistas, disimuladas por unas gafas de última generación. El mentón queda oculto por la barba que gasta, aunque deja entrever cierta firmeza. Su mirada posee vocación de imperio, ya que observa desde arriba hacia abajo, mirada semejante, aunque a la inversa, a la del absolutista rey Fernando VII, que miraba desde abajo hacía arriba.

Tras la batalla de San Marcial, Napoleón quedó convencido de que su familia no estaba hecha para el trono de España y restituyó a Fernando VII, que fue recibido con un entusiasmo delirante. Todas las poblaciones españolas se deshacían en homenajes al joven rey, a quien llamaban ´El Deseado´. Apenas entró en Madrid, deshizo lo que habían hecho las Cortes de Cádiz y abolió la Constitución de 1812. Inauguró así un período de seis años de gobierno personal y emprendió una tenaz persecución contra afrancesados y liberales. Surgieron pronto chispazos de rebelión contra el absolutismo del monarca, pero fueron ahogados en sangre. No obstante, los liberales prosiguieron su callada labor de conjura, eficazmente ayudados por la masonería europea y americana. Esta última pretendía, sobre todo, favorecer la emancipación de nuestras colonias. Después vino la sublevación de Cabezas de San Juan, con el comandante Riego al frente. En definitiva, un lío absolutista muy largo de narrar, en el que nada tiene que ver Víctor Martínez, demócrata convencido que aguanta chaparrones de forma estoica por el centro, la derecha desencantada y la izquierda pertinaz sin sobresaltarse debido, posiblemente, a su tendencia onírica de sueños heroicos, en una Murcia que sólo aparece en las crónicas de sucesos.