Los grandes románticos son apasionados de las playas solitarias, del rumor de las olas, del ocaso€ No se bañan como todo el mundo, y mucho menos portan sombrilla, ni fiambrera, ni beben cerveza, ni utilizan elástica. Sufren con la levedad de la existencia y mueren sin morir de pasiones desatadas desde el alma.

La temática es reducida: el amor, la ilusión, el desengaño, la soledad, la desesperación, todo expresado con melancólica espiritualidad. A base de tan simples elementos, los románticos logran darnos una sensación de fluidez y espontaneidad, cercanos a lo popular, como si los versos y las palabras brotasen de lo más hondo del espíritu, igual que el agua fluye del hontanar, o el canto de la garganta del ruiseñor. El dolorido sentir y su simplicidad de forma dan un valor eterno a lo escrito, algo que conmueve del mismo modo al lector de hoy como al de ayer.

La tarea de vacaciones no se debe considerar un esfuerzo inútil; todo lo contrario, leer a la sombra fresca de un pino cada día se convierte en un placer al reencontrarnos con viejos o nuevos autores: los artículos de Larra, Gustavo Adolfo Bécquer, Rosalía de Castro, Espronceda, Víctor Hugo, Lord Byron o las fantásticas aventuras ideadas por Walter Scott, nos llevarán a adentrarnos en mundo tal vez olvidado.

María de los Ángeles Ibernón Valero no es una poetisa al uso, no se corresponde con el perfil del romántico decimonónico, aunque lo sea. Es una mujer moderna; imagen fecunda de mil instantáneas junto al mar, en las feraces huertas de Cehegín. Sentada junto a las vías del ferrocarril desde las que mira a un horizonte que converge en su propio destino.

Una mujer cargada de vida y de ideas románticas que la alejan del olor fétido de las pizzas de los veranos actuales. Una señora práctica que ha encontrado en la poesía su frenético quehacer. Su expresión formal es rica y matizada, y la lengua se pliega hábilmente a los movimientos espirituales de la autora.

No renuncio a la tierra aunque mi poesía te deje insensible o quizá muerto en el camino.

Entregada a la miseria de tus huesos transparentes, un día me exiliaré junto a la puerta azul del cementerio donde mi pecho, mi memoria, guarda por siglos el dibujo de tus manos en el instante que dijiste adiós.

En verano, tiempo vital por excelencia, también es posible recordar a la muerte y al amor como lo hace en estos versos María de los Ángeles Ibernón.