Uno de los mayores reclamos de Big Bad Wolves es una declaración de Tarantino en la que considera el film como su preferido de 2013. Ese comentario no sería más que una anécdota si no fuera porque Big Bad Wolves debe mucho a Reservoir Dogs, sobre todo, a su tratamiento de la violencia y a unos diálogos humorísticos que bordean lo macabro.

Sin embargo, la película israelí se aleja los aspectos más estimulantes del cine de Tarantino (la vertiente pop-cinéfila y la relectura histórica) y se convierte en un policíaco aparatoso que denuncia la incompetencia de la policia israelí y el fanatismo religioso con formas propias de un torture-porn a lo Saw.

Por mucho que se saque gran partido a los actores y el relato logre incomodar, en la caricatura que dibujan los directores la ética y la estética nunca van de la mano.