Estados Unidos es una gigantesca empresa criminal, y desenmarañarla es una de las principales razones de ser del cine de Martin Scorsese. Sería idóneo proyectar ‘Los asesinos de la luna’ en una única -y maratoniana- sesión junto a otros títulos de su filmografía como ‘Uno de los nuestros’ (1990), ‘Gangs of New York’ (2002), ‘El lobo de Wall Street’ (2013) y ‘El irlandés’ (2019) porque como todos ellos es un estudio tremendamente ambicioso, y tan siniestro como fascinante, de cómo los hombres poderosos usan la violencia para reorganizar las estructuras económicas y sociales de aquel país en su propio beneficio, y en el proceso permanecen ajenos a las terribles consecuencias de sus actos. 

Concretamente, la nueva película analiza la locura colonialista, capitalista y racista que dio lugar al exterminio de los indígenas norteamericanos a través de la investigación de las docenas de asesinatos ocurridos en el seno de la comunidad Osage hace ahora un siglo; y lo hace sin recurrir a las convenciones del cine de detectives -la identidad de los perpetradores está clara desde incluso antes de que las muertes empiecen-, y en cambio escenificando un melodrama marital que extiende conexiones argumentales con ‘Sospecha’ (1941) y ‘Luz que agoniza’ (1944).

Para ello se toma mucho tiempo, tres horas y media de metraje que, eso sí, ofrecen motivos rotundos para justificar su peso: primero, ‘Los asesinos de la luna’ es la condensación de todo un proceso de deshumanización sistemática, nada menos que un genocidio en miniatura; segundo, esa duración enfatiza una indiferencia y la negligencia generalizadas, en virtud de las que los crímenes se prolongaron durante años. 

Eso explica también que la película carezca de la energía eléctrica que Scorsese ha imprimido a muchos de sus relatos previos -ante ciertas monstruosidades, hasta un cronista de la maldad tan curtido como él se ve obligado a pararse y reflexionar-; la narración avanza con solemnidad elegíaca, y envuelta de un aire sombrío que sugiere fatalismo pero también amenaza. La posibilidad de lo terrible acecha en cada escena. Y a menudo lo hace encarnada en Leonardo DiCaprio y Robert De Niro.

Los dos actores han colaborado varias veces con Scorsese para retratar la miseria humana, pero ‘Los asesinos de la luna’ es el primer largometraje en el que lo hacen compartiendo cartel. Ambos ofrecen un trabajo deslumbrante. Como hace a menudo cuando colabora con el director, DiCaprio usa su personaje -un hombre demasiado débil o necio como para encontrar su propio eje moral- para subvertir el estereotipo del héroe hollywoodiense; en la piel del suyo, De Niro exuda carisma viscoso, intimidación y hasta humor negro. Sin embargo, la mejor interpretación la ofrece Lily Gladstone, cuyo personaje ejemplifica la mezcla de resiliencia, confusión y miedo que azota a todos los Osage. 

Es posible que Scorsese no pase tanto tiempo como debiera observándolos a ella y a sus compañeros de comunidad, y reponiéndoles la humanidad que les fue expoliada. Tampoco ofrece un estudio psicológico profundo de los villanos, pero es que de eso se trata. ‘Los asesinos de la luna’, decimos, no habla de un puñado de tipos podridos sino de una práctica consustancial a un país, y eso explica también que no dé un verdadero cierre a la historia que cuenta: el abuso sigue sucediendo. 

Se resuelve, en cualquier caso, en un sorprendente epílogo que funciona a modo de resonante llamada a la resistencia, y que podría entenderse también como una coda a toda la carrera de su director de no ser porque, en realidad, nada en esta extraordinaria película sugiere que esté listo para retirarse.