Me entero, con retraso, de la muerte del cura Francisco Candel Crespo. Llevaba tiempo muy enfermo. La vida (que nos va llevando a todos hacia la muerte) ha doblegado, también, a Paco Candel, un cura singular, regordete, barroco, que no se quitó jamás las sotanas, que hablaba con pasión y fluidez y que trabajaba sin descanso. Investigando.

Un artículo es muy poca cosa para dar a conocer la vida de don Francisco Candel. Hay un precioso libro donde escribe sus memorias y nos cuenta las peripecias de su vida y sus andanzas e inquietudes, con un estilo simpático y fluido. Un servidor disfrutó muchísimo leyéndolas. Lo he tenido siempre a mano porque me encanta su lectura. Y por eso, desde mi experiencia, lo recomiendo. Estoy seguro que me agradecerán la sugerencia. El libro se llama Memorias de un capellán del ejército del aire.

Buscando entre los cuerdos me encuentro a mí mismo en el Seminario Mayor de San Fulgencio, en el que viví doce años. Allí conocí a Paco Candel y allí sembramos la semilla de una amistad que fue creciendo y madurando hasta convertirse en la realidad que hemos mantenido hasta su muerte. Su vida fue hermosa y fecunda, su fe robusta, su vocación de cura, por encima de todo, incuestionable.

En esa hora bulliciosa de la adolescencia, cuando la vocación es aún el esbozo de una intuición que titubea, Paco Candel se fue al seminario, a sabiendas de que no elegía una profesión fácil, sino un camino de fe, de sacrificio, de humanitarismo, de contacto dramático con el corazón de los hombres. En sus años de bachillerato y de movimiento juvenil de Acción Católica, el halo poético del sacerdocio y las ansias más románticas que juiciosas de entregar la vida sin reservas, le llevaron a la inefable realidad de hacerse cura con el corazón lleno de entusiasmo, la cabeza de proyectos y el alma de sueños.

En Jumilla y al lado de un santo —don Juan Paco Baeza— empezó su labor pastoral, especialmente con la gente joven, con la que ha seguido hasta su jubilación como capellán castrense.

Pero ya desde sus años de seminario se interesó por la historia. La fe es también tradición. La Buena Nueva es una noticia que nos ha llegado de testigo en testigo. El Evangelio llegó a Murcia y se encarnó en personas, en instituciones, en movimientos, en historia. A Paco le gusta desentrañarla. Le cuesta horas de trabajo, largas jornadas de estudio, búsquedas pacientísimas, lecturas y más lecturas, y hasta dinero de su bolsillo. Pero ahí está el fruto. Ahí están una serie de libros que nos van a ayudar a recordar siempre que venimos de lejos, que no nos hemos hecho a nosotros mismos, que nuestra historia es hermosa y vieja, que hemos recibido una herencia rica que estamos llamados a acrecentar.

Del pater Candel como investigador de la historia podía escribir un buen montón de páginas. Ahí están sus libros que lo demuestran. Prefiero dar a conocer aspectos de su vida que ha procurado ocultar por su riguroso concepto de la humildad.

El Evangelio nos pide la acción, la práctica, el compromiso, las obras. Recordemos: «Tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste€». Don Francisco Candel, detrás de su apariencia conservadora, ocultaba un corazón de oro o más en cristiano, un corazón evangélico. Yo mismo me enteré por casualidad de la cantidad de gente a la que ayudó. Al misionero de África, P. Antonio Molina, casi le sostenía el seminario para jóvenes africanos que los Padres Blancos fundaron en Burkina Faso. Otro tanto hay que decir del P. José Vivancos. A todo esto añadan una larguísima lista de causas y personas a las que ayudaba hasta el punto de gastar su sueldo íntegro todos los meses. Y con celo para cumplir el deseo de Jesucristo, «que tu mano derecha no sepa lo que haces con tu mano izquierda».

Sincera religiosidad con total fidelidad a las prácticas piadosas, humildad sincera, amor a su sacerdocio, espíritu de trabajo en su tarea de cronista oficial de la Diócesis de Cartagena, y me queda mucho por decir de este capellán castrense, siempre preocupado de su misión. Un detalle significativo: nunca exhibía sus grados de coronel, para él lo cubría todo su título de sacerdote.

Dios te ha llamado después de hacerlo con Antonio Salas y Antonio Molina. Aquí me quedo yo solo, pero en la sala de espera, querido Paco. Te recuerdo como nuestro ´pasante´, acompañándote en tu esfuerzo por hacernos mejores. Fuiste el hombre de la escucha atenta, del buscar inquieto, de las preguntas certeras, de los comentarios sinceros. Descansa en la paz del cielo que siempre anhelaste. A quienes te conocimos por dentro no se nos olvidará tu nombre.