Estáis buscando a Conchita por los rincones de la casa? No os molestéis. No la encontraréis. Conchita está en la luna y rara vez desciende, ni siquiera a saludar a sus vecinos a los que prácticamente desconoce. En su casa, en la cálida casa en la que ha vivido casi toda su vida, conserva el bastón que le ayudó a caminar, la cama de matrimonio, el sofá donde pasó tantas horas viendo la tele, los retratos de boda de sus hijos. Nadie sabe qué hace Conchita en la luna, en qué ocupa el tiempo. Cuando se le pregunta, da la callada por respuesta. Su familia y sus amigos han contratado espías para que averigüen el porqué de su ausencia, pero hasta ahora no lo han logrado.

¿Qué ha pasado? Me pregunto si los que le robaron la mente le robaron también las ilusiones y los sueños, porque sin ilusiones y sin sueños no se puede vivir. ¿Será feliz allá en la luna? Si verdaderamente es feliz, no tenemos por qué preocuparnos, bastará con estar atentos a que no le falten el cariño y los cuidados que necesita.

Otra pregunta: ¿Se habrá olvidado de nosotros? Ciertamente su ausencia ha trastocado nuestras vidas. Y nos ha dejado una pregunta para pensar: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Vale la pena luchar o es mejor vivir en la luna, es decir, dejar que te vivan la vida?

Álvaro. ¿Quién ha dicho que Álvaro ha muerto? Aunque lo enterráramos hace unos días, aunque todavía no se han secado las lágrimas de su ausencia, en el funeral brindamos por su vida, porque sentimos que sigue vivo. Entre la espera y la esperanza, en el silencio del tanatorio escuchamos las palabras consoladoras de Jesús y nos aferramos a ellas: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá».

Palabras con luz propia venidas como anillo al dedo, en el momento que la noche caía sobre los cuerpos y las almas.

Álvaro ya no vive en su casa del parque del ciprés, ahora vive en sus obras, que hizo muchas y muy buenas. Vive en sus hijos y nietos que lo quisieron y lo cuidaron, vive en Dios que lo rescató de la muerte a la que su maltrecho corazón lo había condenado. Al despedirnos en el cementerio, colocamos sobre su tumba una corona de flores, un puñado de lágrimas y un montón de oraciones para recordar y agradecer su paso por la vida.

Y la vida sigue. No se para ni da marcha atrás. La vida sigue abriendo camino y triunfando a pesar de todo. ¿Acaso no es ese el mensaje fundamental que nos ha dejado Esther?

Esther espera una hija. Se le nota en los ojos, en el corazón y en el vientre. Está llena de vida, de doble vida: la suya y la de su hija. Ahora, una no puede vivir sin la otra, las dos se necesitan. No se han visto las caras pero cada una ha hecho el retrato robot de la otra. Esther ve a su hija como un ángel al que todavía no le han salido las alas y la hija imagina a su madre como un gran corazón con ella dentro.

Ambas esperan impacientes que llegue el momento de que se desvele el misterio que las tiene en vilo. Cuando la niña nazca, Esther descubrirá que, aunque la ha concebido, no le pertenece, porque los hijos son Hijos de la Vida, y que podrá albergar su cuerpo pero no su alma, porque su alma habita en la casa del mañana que los padres no pueden visitar, ni siquiera en sueños.

Vilma nació para ser pobre como sus padres y su familia. De niña jugaba a ser feliz, y unas veces ganaba y otras perdía. Tiene la belleza de la mujer africana tatuada en su ADN. Un día aparecieron por la tribu unos hombres que convencieron a sus padres para que la dejaran viajar a España con el señuelo de que tenían trabajo para ella y muy pronto empezaría a mandar dinero a la familia. Con Vilma, los negreros captaron a otras dos jóvenes. En el viaje, como anticipo de lo que les esperaba en España, fueron violadas. Fue el precio que tuvieron que pagar para cruzar la frontera. Al llegar a España les esperaba un prostíbulo, y acompañado de desprecios, malos tratos, palizas, vejaciones, etc. Pero Vilma no dejó que en ella muriera la esperanza ilusionada, y tuvo valor para luchar hasta romper las cadenas de su esclavitud.

Vilma ahora estudia cuarto de Medicina en la universidad y ha creado un grupo para ayudar a estas mujeres prostituidas con engaño, con violencia y a la fuerza.

La conciencia de una misión en la vida posee un extraordinario valor. No hay nada que más ayude a vencer o, al menos, a soportar las dificultades objetivas y las penalidades subjetivas que la conciencia de tener una misión, un objetivo que cumplir. Da igual el tipo de misión, puede ser grande o pequeña, de orden familiar o social, de carácter político o simplemente de ocio, pero si tiene una misión que cumplir y se espera de él que la cumpla, ello da sentido a su vida.

Esta misión, cuando se la concibe como algo personal, hace a su portador insustituible, irremplazable, y confiere a su vida el valor de algo único. «Quien tiene un 'para qué', es capaz de enfrentar a cualquier 'cómo'». La frase de Friedrich Nietzsche, que cita reiteradamente Viktor Frankl, da a entender también que el 'cómo' de la vida, es decir, todas esas circunstancias desagradables y difíciles que la acompañan, queda relegado a segundo plano en el momento y en la medida en que pase a primer plano el 'para qué' de ella. Mientras haya misión, objetivo, motivación, hay sentido.

¡Conchita! Perdona, no nos esperes en la luna, no podemos acompañarte. Más bien deja tu tranquilidad y ven a luchar con nosotros. Entre todos tenemos que hacer un mundo mejor.