Los azules cuentan las horas, los minutos, los segundos que les quedan para ver a la Madre cruzar nuevamente el umbral de San Francisco. El tiempo parece eternizarse cuando esperas con ansia el reencuentro. Y esta espera se ha hecho más larga que nunca. Dos años sin que esos portalones se abran despacio dejando entrever un halo de luz que al fondo lo ilumina todo. Dos años sin guardar silencio mientras la torre campanario marca la hora señalada. Dos años sin verla salir, sin sentirla de cerca, sin acariciarla, sin mecerla… sin poder gritarle muy fuerte… ¡Madre!.

Y hasta el cielo parecía confabularse este jueves para lucir un azul más intenso. Atrás queda el color plomizo de los últimos días. La preocupación de si el cielo llorará de emoción al verla salir. Es tiempo de buscar el pañuelo para alzarlo esta noche a lo más alto y regalarle un mar azul como los naranjos de su calle Nogalte le regalaban esta mañana los primeros aromas de azahar.

Ya huele a Semana Santa, a incienso, a velas encendidas, a arena recién regada… Ya la locura y la pasión se van haciendo hueco en una ciudad que en unas horas será azul. Azul cielo, azul mar… azul como el manto que Cayuela soñó a buen seguro una madrugada de un Viernes de Dolores para la que un día ocupó su corazón y no lo abandonó hasta su último suspiro.

En un rato sonarán los tambores. Las campanas anunciarán que arranca el día más azul del año, el día de la Virgen de los Dolores. El día de la Reina del cielo