Este 11 de mayo se cumplen diez años de una de las mayores tragedias de la Región de Murcia en el último siglo, los dos terremotos que nunca podremos olvidar, que causaron la muerte a nueve personas y heridas a más de 320. Su recuerdo perdura vivamente en nuestro corazón y nuestra memoria; en la de todos los murcianos y, muy especialmente, en la de quienes tuvimos la traumática experiencia de vivirla en persona.

Aquella tarde muchos perdieron sus hogares, destruidos o gravemente afectados como una parte importante de la ciudad de Lorca y de su rico patrimonio artístico y cultural, con daños materiales por valor de más de 1.200 millones de euros.

Nueve años después, por culpa de otra gran catástrofe, esta vez de carácter sanitario, volvimos a revivir ese mismo dolor y esa impotencia que sentimos entonces, nuevamente por la pérdida de vidas de una manera tan inesperada como injusta a causa de una pandemia a la que toda la sociedad de la Región de Murcia planta cara a diario con todas sus fuerzas, siendo un ejemplo de unidad, de responsabilidad y de apoyo a las víctimas causadas por la enfermedad.

Decididos a invertir cuantos recursos sean posibles para recuperar cuanto antes todo lo que el coronavirus nos ha arrebatado. Reaccionando todos unidos contra los devastadores efectos del Covid-19, del mismo modo que todas las gentes de Lorca dieron un paso al frente nada más cesar el estruendo ocasionado por los terremotos y la caída de restos arquitectónicos y cascotes para ayudar a quienes más lo necesitaban entonces y con el propósito, interiorizado por todos los lorquinos, de emprender ese mismo día la reconstrucción de todo lo destruido.

Lorca fue también esos días de mayo, marcados por una infinita tristeza y desolación, un epicentro de aquella virtud que atesora aún más poder que cualquier movimiento tectónico de placas y que conocemos con el nombre de solidaridad. Desde el primer momento, fueron miles las personas llegadas de toda la Región de Murcia y de fuera de ella para ayudar a los lorquinos en sus horas más terribles.

Voluntarios anónimos, familiares de vecinos de Lorca que querían saber cómo se encontraban sus seres queridos, profesionales y técnicos que ayudaban a determinar la peligrosidad de los inmuebles afectados y cuáles debían ser demolidos, personal de emergencias, sanitarios, trabajadores de todas las administraciones, cuerpos y fuerzas de la Seguridad del Estado, y miembros de diferentes unidades militares.

Todos querían estar presentes, pugnando por echar a mano, y contribuir, de la manera que fuera, a mitigar los daños causados por la furia de la tierra aquel 11 de mayo grabado a fuego en nuestros corazones, y a reducir el durísimo impacto de los terremotos sobre la vida de miles de personas, muchas de las cuales perdieron sus bienes, sus casas y sus medios de subsistencia.

La de Lorca fue, a partir de entonces, la historia de una resistencia a darse por vencidos, del compromiso -suscrito también por el Gobierno Regional, el Ayuntamiento y el Gobierno central- de hacer todo cuanto estuviera en sus manos para reconstruir la ciudad, incluso mejorar todo aquello que fuera posible una vez destruido, y de recuperar el pulso perdido a una ciudad que era el gran motor de desarrollo y progreso de la Comarca del Guadalentín.

Comenzaron así diez años de lucha que todos los que vivimos y trabajamos en la Región de Murcia debemos tomar siempre como ejemplo a la hora de afrontar cualquier adversidad, por dura que ésta sea: de la misma manera en que las gentes de Lorca supieron conjurarse entre sí para salir adelante cuanto antes de tan duras circunstancias, sin perder nunca la esperanza ni permitirse el lujo de hacerlo.

Con un coraje y un valor extremos. Unidos todos en torno a una única causa, la de la reconstrucción de la ciudad, de las viviendas y negocios perdidos, de tantos siglos de Historia y de Patrimonio Artístico y Cultural que ahora se veían gravísimamente amenazados.

Para ello contaron con la solidaridad del millón y medio de murcianos y de muchos miles más de españoles, decididos a colaborar juntos en hacerlo posible. Porque, si algo quedó claro aquel 11 de mayo de hace diez años, una vez comprobado el colosal reto que debíamos afrontar entre todos para poner solución a tanta destrucción, fue que, desde entonces, reconstruir Lorca ha sido, es y será la prioridad del Gobierno regional.

Hoy, la ciudad afronta la recta final de su reconstrucción, un proceso en el que desde la Comunidad Autónoma hemos invertido más de 250 millones de euros, estando ya casi terminada, con más de un 90% ejecutado, y con las obras pendientes ya en marcha o con su inicio previsto para este año. Un proceso que es todo un ejemplo, otro más, de cómo reconstruir una ciudad tras unos terremotos, sin precedentes en España y Europa por la magnitud del proyecto.

Una década después de vivir su particular Infierno, Lorca es una ciudad completamente nueva, más moderna, más accesible, más sostenible medioambientalmente y con mejores comunicaciones. La renovación urbana beneficia a 20 barrios, donde viven 50.000 personas, y a 40 carreteras, y, lo que es también muy importante, desde el Gobierno regional hemos dado tranquilidad y seguridad a más de 5.300 familias, que corrían el riesgo de tener que devolver las ayudas concedidas por cuestiones exclusivamente burocráticas.

Grandes pasos y avances que deben marcarnos el camino hasta culminar la definitiva reconstrucción de Lorca. Un proceso admirable del que todas las gentes de esta tierra podemos –y debemos- sentirnos muy orgullosas, y cuyo final, felizmente, vemos cada día más cerca.