En los años 60 del siglo XIX, reinado de Isabel II, Fuente Álamo es un municipio que está prácticamente abandonado, porque el problema de las aguas estancadas de la Rambla del Fraile causan un endemismo de paludismo o fiebres tercianas, lo que obligaba a la población a emigrar a las aldeas del término.

Muchas casas están en ruinas y hay solares abandonados. A veces no se encontraba en la Villa ni el cura para los últimos auxilios ni el médico para atender a los enfermos. Las clases pobres sufrían los males de la sequía, de la opresión caciquil, y excepto los propietarios, nobles y comerciantes, los demás sobrevivían a duras penas. El hambre imperaba en la comarca.

La Hacienda provincial gravaba las actividades económicas, tanto las agrícolas de los grandes propietarios como las de comerciantes e industriales, además de gravar impuestos por consumo. Eran pocos contribuyentes, pero la población también era escasa. Hay muchos jornaleros que no encuentran trabajo, la mayoría de agricultores trabajan a rento o como terrajeros, y a veces no pueden dar a los propietarios de la tierra lo que están obligados. Los comerciantes y propietarios se quedan con las tierras y casas de pequeños labradores, por los préstamos usureros que les conceden y en épocas de sequía no pueden devolver. Los caciques controlan la economía, la política y la sociedad de sus pueblos, como si fueran cortijos propios. El trabajo en la minería, la emigración a Argelia, y a ciudades cercanas como Alicante o Valencia, así como los desplazamientos a trabajar en La Mancha o en Andalucía, eran la salida de muchos jornaleros.

Entre los contribuyentes, profesionales del municipio de Fuente Álamo, en el periodo 1864-1865 encontramos los siguientes: Francisco Ureña Navarro, médico. Agustín Moreno, mesonero. Antonio Vidal, mesonero. José Noguera Sánchez, mesonero. Francisco García López, mesonero. Gregorio Cayuela, talabartero. Juan Francisco Cegarra, abacería. María Malas, abacería. Juana Moreno, abacería. José Conesa Requena, barbero. Antonio Cazorla Pedreño, almacén de harinas. Wenceslao Sánchez, molinero. José Torralba Conesa, molinero. José Blázquez, tratante en lanar. Antonio Imbernón, tratante en lanar. Cristóbal Conesa Pedreño, arriero. Alfonso Legaz García, tratante en ganado. José Bernabé García, arriero. Antonio Moreno Meroño, arriero. Fernando Pagán Martínez, arriero. Francisco Pérez Sánchez, arriero. Asensio Muñoz, quinquillero. Francisco Moreno Carrillo, lencería. Ginés Hernández, lencería. Isidoro Acosta Pedreño, especiería. Juan Ros Vivancos, especiería. Francisco Moreno, carretero. Ramón López, molinero. José Martínez Ros, arriero. Pedro Giménez García, ambulante de tejidos. Bartolomé Nieto, ambulante de tejidos.

Hay, entre estos contribuyentes, transportistas con sus carros y mulas, vendedores de tejidos, marchantes, comerciantes de ultramarinos, regentes de bares o mesones, molineros y especieros, y hasta un médico que probablemente montaría la consulta por su cuenta, sin estar contratado por el Ayuntamiento. Era una época difícil, de ruptura con el Antiguo régimen, estando próxima la revolución cantonal de 1873, y la Primera República, que fue instaurada el 11 de febrero de 1873, república que duró poco tiempo y terminó en un rotundo fracaso.