Catástrofe natural

Educación, normas de construcción estrictas y mucha coordinación: el escudo de Taiwán frente a los terremotos

El bajo saldo de víctimas del último seísmo, con 10 muertos, responde a los cambios aplicados tras la catastrófica gestión del de Chichi de 1999, con casi 2.500 fallecidos

Educación, normas de construcción estrictas y mucha coordinación: el escudo de Taiwán frente a los terremotos.

Educación, normas de construcción estrictas y mucha coordinación: el escudo de Taiwán frente a los terremotos. / EFE

Adrián Foncillas

La Torre 101 es el edificio más icónico y fotografiado de Taiwán. Esa caña de bambú y metal que despunta en el centro financiero de Taipei cuenta con una bola dorada de 700 toneladas que amortigua las oscilaciones en los seísmos más briosos y vientos huracanados. Esa torre simboliza también el blindaje de una isla contra los movimientos telúricos que ha subrayado el último terremoto. Chirría su potencia, más de 7 grados en la escala Richter, con su factura en vidas. Desgajó laderas montañosas y extendió sus temblores a miles de kilómetros pero apenas han muerto 10 personas. Una hora después del terremoto, y con las réplicas sucediéndose, muchos taiwaneses regresaban a su vida cotidiana. No hay margen a la casualidad ni la suerte: el terremoto de este miércoles lidió con uno de los sistemas más robustos del mundo.

El éxito presente se gestó en el propósito de enmienda tras la catastrófica gestión del terremoto de Chichi. Ocurrió en 1999 en el centro de la isla y dejó un balance dramático de casi 2.500 muertos, más de 11.000 heridos, 50.000 casas destruidas y otras tantas dañadas. Durante el duelo se concluyó que nada había funcionado. Respuesta tardía de los servicios médicos, falta de formación y coordinación de los equipos de rescate, desconcierto de la población... De ahí salieron la Ley de Prevención y Protección de Desastresdos centros nacionales para coordinar la respuesta, una red de refugios temporales en ciudades y zonas rurales y el énfasis en la educación. Los niños son instruidos sobre cómo reaccionar al primer temblor y los simulacros son periódicos en colegios y lugares de trabajo. La población conoce los protocolos cuando llegan las alarmas y estas llegan al momento. Una red de sensores detectan cualquier temblor y, si este es considerable, las alertas aparecen en los móviles de los taiwaneses e interrumpen las emisiones de todas las cadenas televisivas.

Normativa sobre construcción

La normativa sobre construcción fue sometida a revisión. Todas las edificaciones son examinadas para comprobar su resiliencia a los seísmos, son ofrecidos subsidios para fortalecerlos y las nuevas construcciones han de observar exigentes requisitos. Los incumplimientos se pagan caros. Cinco responsables de un edificio de 17 plantas caído durante un seísmo de 2016 en el suroeste de la isla recibieron largas condenas de cárcel por negligencia. Habían muerto docenas de personas y el resto de construcciones resistieron sin problemas.

El contraste con aquel terremoto de 25 años atrás es evidente: Sólo un puñado de avejentados edificios de cemento se han rendido esta vez. Apenas tres décimas separan la fuerza de ambos seísmos; entre las cifras de muertes, en cambio, media un océano que certifica el concienzudo trabajo.

Los esfuerzos actuales se centran en extraer a las más de 600 personas de minas y de los túneles de las serpenteantes carreteras que salvan los desniveles de la montañosa región de Hualien, en la costa oriental de la isla. Con todas ellas han contactado las autoridades. Otras 42 personas, en cambio, figuran como desaparecidos. La cifra de heridos alcanza los 1.064, según el cuerpo nacional de bomberos. Centenares de vecinos han pasado la noche al raso, en colegios o tiendas de campaña, por miedo a las continuas réplicas que siguen sacudiendo los cimientos.

El desastre golpeó a Taiwán en vísperas del Qingming Fiesta del Barrido de Tumbas, cuando las familias acuden a los cementerios para honrar a sus ancestros. La presidenta, Tsai Ing-wen, ha desaconsejado la visita de camposantos en las zonas montañosas por temor a nuevos desprendimientos.