Romeros de La Fuensanta

La Romería de antaño (foto coloreada)

La Romería de antaño (foto coloreada) / Tomás

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

La tradicional Romería al Santuario de la Fuensanta ha experimentado con el paso de los años cambios sustanciales. Acuden más fieles a despedir a la Patrona y son menos en número quienes acompañan a pie a la Santísima Virgen hasta su morada del monte desde Murcia, aunque sí se incorporan, vecinos de las pedanías y barrios aledaños como Santiago el Mayor, Patiño, La Alberca, Santo Ángel o caminos de Salabosque, Santa Catalina y Algezares. Lo que fuera una jornada serrana, se ha visto reducida en el tiempo, en gran parte debido a la facilidad de los medios de locomoción.

Un repique de campanas desde la Torre de la Catedral y estallidos de cohetes anunciaba la salida de la Virgen del templo: la Marcha Real sonaba y se escuchaban himnos marianos, entonados por seminaristas y el clero que acudía a despedir a Nuestra Señora. Los murcianos se agolpaban en la plaza de Belluga y el Puente de los Peligros pugnando por acercarse al trono de la Virgen.

Desde el puente ya se escuchaban las campanas del Carmen y así, tras rezos y cánticos, ponía camino hacia el Santuario.

Sí es cierto que las romerías de antaño poseían cierto carisma que la modernidad ha olvidado, cosa de la evolución de los tiempos. La noche anterior a la romería septembrina creaba un ambiente de trabajo y diversión con gentes que pululaban en los alrededores del Santuario de la Fuensanta, para abastecer de provisiones a los romeros de la mañana siguiente. Los olivares aledaños, la empinada cuesta que sube desde Algezares se veían poblados de puestos de venta de sombreritos de cartón, bastones decorados, de cascaruja, de viandas varias y sobre todo de tragos para refrescar el gaznate. Muy populares fueron en su día los puestos instalados por la alberqueña casa «La Meseguera», dónde se despachaba buen vino y fresca cerveza.»El Serrano» mantenía su puesto fijo durante todo el año, lo que confería cierta comodidad a la parroquia, aunque más tarde, tras la reforma del santuario y zonas anexas, pasara a mayores como bar restaurante en la cuesta del Valle en La Alberca. Los había que acudían en galera o en carro, aunque la mayoría lo haría a pie por promesa, buscando la diversión o para llenar el estómago con un buen arroz y conejo, bien provisto de tomillo y romero cocinado en pleno monte. No faltarían, la música de guitarras; las tortillas de patata, los filetes empanados, los pasteles de carne y las empanadas tan cómodas de transportar en las consabidas fiambreras, membrillos y melones. La gaseosa «La Casera» de Conrado Abellán enfriaba las gargantas de los más sedientos; botas de vino, porrones y botijos llenos de la típica «paloma» serían imprescindibles para el aperitivo y alivio durante el camino.

Singular fue durante años la actividad del «Conejo», hombre que gastaba sombrero de hongo a la antigua usanza y que en la víspera romera, cavaba hoyos en el suelo, ante la curiosidad de los mirones. Unas telas de saco y unos listones, le servirían para construir letrinas donde dar rienda suelta a los estómagos más ligeros, y obrar aguas menores. Se comentaba, con ánimo de crítica por aquellas fechas, que por un módico óbolo, te dejaba mirar por un agujero el culo de las señoras que allí operaban, aunque este hecho jamás fue confirmado.

Volteo de campanas, cohetes y tracas anunciaban la llegada de la Patrona, que daría lugar al posterior desparrame por laderas y crestas para la ingesta.

Cogorzas serranas que contrastaban con el fervor de piadosos romeros, promesas cumplidas: el Vía Crucis de rodillas; piedrecitas en los zapatos, oraciones para agradecer a la Virgen su mediación ante los eternos problemas que nunca eran pocos. Merece la pena recorrer la Vía dolorosa y recordar los apellidos de las familias murcianas, extinguidas o no, que la hicieron posible, con apellidos tan ilustres como Viudes, López Ferrer o Torres Gascón. Inolvidables en este día son los nombres de don Bartolomé Bernal Gallego y don Juan de Dios Balibrea Matás, promotores de la última reforma del Santuario en los años sesenta, reforma que quedó marcada por el arte del pintor Pedro Flores y el escultor Juan González Moreno para mayor regocijo de los murcianos en eterna devoción a su Patrona, la Virgen de la Fuensanta.