Durante la década de los noventa, con varios discos publicados y un descafeinado country reinando en aquellos tiempos -en manos del zampabollos Garth Brooks-, The Mavericks entraban en escena desde Nashville, pero con base en Miami. La publicación de What a crying shame desveló que la banda liderada por Raúl que la banda liderada por Raúl Malo es una de las formaciones estadounidenses que mejor saben ataviar los sonidos de raíz con ropaje contemporáneo, en un equilibrio fascinante entre tradición y nervio actual. No se trata de experimentación ni ruptura -como hacen coetáneos del indie rock-, pero sí de pequeñas aportaciones y mucha actitud para hacerlo posible.

Con su fórmula, que combina tex-mex, rock, country y ritmos cubanos en una especie de 'Americana-Latin', y la voluptuosa voz de Malo (que se ha comparado con la de Roy Orbison), pocos tónicos brindan tanto placer como las dos estimulantes horas del country rock facturado por esta gran banda, que se divierte mucho en el escenario.

Buena entrada de público para ver la actuación de unos Mavericks que la organización del festival estaba deseando traer desde hace años. Raúl Malo y los suyos ofrecieron todo lo que se esperaba de ellos en un show impecable, que solo lastró la sonoridad deficiente de los primeros minutos. Eso no evitó que los asistentes disfrutaran como posesos de un show que mostró la grandeza de todo su repertorio, porque un concierto de Mavericks es una auténtica fiesta.

Después de que sonara Can-can por los altavoces para calentar el ambiente, salieron los cuatro Mavericks (el cantante y guitarrista Raúl Malo, el guitarrista Eddie Perez, Paul Deakin a la batería, y el teclista Jerry Dale McFadden con su indumentaria elegante un punto extravagante) y 'The Fantastic Four' (contrabajista, trompeta, saxo y acordeonista), que también hicieron algunos coros y percusiones varias.

Easy as it seems, del album Brand new day, con sabor latino, fue la elegida para arrancar. Ritmos jamaicanos de principios de los 60 -sobre todo ska- se fueron adentrando en su sonido vintage de R&B y swing acelerado. Parecían más de New Orleans que de Florida. Raúl Malo alternó twang, surf y, con una acústica, el tono cálido asociado a Willie Nelson.

No faltó, por supuesto, ninguno de los clásicos, como Dance the night away (swing hillbilly con metales mariachis), All you ever do is bring me down (acordeón en ristre), o una espléndida Back in your arms again, y se salieron Raúl Malo y los suyos en la elección de las versiones: una sorprendente You never can tell hibridó a Chuck Berry con Little Feat, pero el momento de la noche se lo llevó una deliciosa Harvest moon (Neil Young), y muy aclamada fue Save the last dance for me (estilo baile de graduación), de Doc Pomus/Mort Shuman, que popularizaron The Drifters.

Tan pronto abrazaban el rockabilly, la música jamaicana o se aproximaban al blues rasposo ( The only question is) que lo mismo se arrancaban con Guantanemera, enlazándola con un latinizado Twist and shout, sin obviar La mucura de Los Panchos con sabor a cumbia -con la que el público por fin pudo bajar a bailar al foso- ni abandonar el sonido de fiesta animada, que continuó con un largo bis -casi una segunda parte- de varias canciones, entre ellas All night long con protagonismo para la trompeta, Malo cantando a lo Louis Amstrong, y un guiño al Let the sunshine in de The 5th Dimension, y que terminó con la popular Enjoy yourself sonando por la megafonía, mientras estrechaban las manos del personal.

Te pueden gustar más o menos, pero a The Mavericks les sobran tablas para llevarse a todo el público a su terreno, y Raúl Malo no tiene rival. Cualquier elogio se queda corto para describir el tesoro que tiene en su garganta, más aún cuando su interpretación es capaz de oscilar entre lo elegante y sutil hasta lo enérgico y expresivo, acaparando siempre toda la atención y dotando a las baladas de una intensidad capaz de despertar profundos sentimientos.

Recogiendo una tradición musical que arranca en las décadas de los cincuenta y sesenta, The Mavericks marcan el punto de encuentro de los ritmos tex-mex con el country y el rockabilly, para un resultado final que es tan exótico como asequible, y de un buen gusto superlativo. Al final, The Mavericks son The Mavericks, no pretenden ser otra cosa.

El tex-mex lo acabó impregnando todo, y pocos estilos hay más festivos que ese género, nacido del choque cultural entre dos estados vecinos y del cruce de diferentes culturas; es la banda sonora ideal para trasegar cervezas y moverse sin parar. Los guiris que estaban a mi alrededor lo pusieron en práctica desde el primer acorde. The Mavericks nos brindaron una velada perfecta para olvidar penas y alegrar el corazón. Uno de los claros aspirantes a concierto del año.