La Diputación de Córdoba, en su colección Biblioteca de Creación Literaria, acaba de publicar el libro de Carlos Clementson , un poemario en el que su autor reúne los poemas que a la lo largo de los años ha dedicado a los más representativos escritores y poetas españoles del siglo XX, fundamentalmente los que brillaron entre 1898 y 1936, durante la llamada Edad de Plata de la literatura española.

Carlos Clementson es poeta de raza, profesor y lector, degustador de la más exquisita poesía, romanista de los de siempre, que ha sabido asumir la lección de los clásicos, cuya huella es posible verla y sentirla a lo largo de su extensa y valiosa obra poética. La huella de los clásicos y la de los contemporáneos; desde los medievales a los renacentistas, desde los barrocos a las luces intermitentes de los prerrománticos y los románticos hasta los simbolistas, la vanguardia y la poesía actual. Es normal en un poeta de su entereza, de su reciedumbre que así sea: sentir a los que nos precedieron y recibir de ellos la antorcha inextinguible de la belleza, la sugerencia perenne de la palabra poética impecable, nítida y limpia. Todo esto y mucho más es la poesía de Carlos Clementson.

Pero faltaba en su trayectoria poética la lección de homenaje. Homenaje, palabra con la que titulara Jorge Guillén su libro dedicado a sus lecturas, a la herencia recibida, a reconocerla y exaltarla; su libro dedicado a los que le precedieron y forjaron su raza de poeta, su palabra digna y noble, virtuosa en la forma. A Carlos Clementson le ha llegado la hora de manifestar públicamente su homenaje a los escritores que en él más huella han dejado, dentro de lo que, con terminología muy profesoral, denomina Edad de Plata, la edad que nos ha precedido en el tiempo, la edad que para los de nuestra generación ha sido la madre y maestra, desde Don Miguel de Unamuno hasta los sones de la guerra civil, comenzada justamente en el año en que Unamuno, el último día de ese año, habría de entregar su atormentada y dubitativa alma a Dios, como bellamente glosa Clementson en uno de los mejores poemas del libro.

Cada poeta tiene su tradición, la tradición de sus lecturas y leyendo este volumen de Clementson, el lector se siente amparado por la figura de tantos escritores a los que admiró y admira, y no sólo poetas del verso, sino también poetas de la palabra, porque entre ellos hallamos a los dilectos Azorín, Valle-Inclán, Miró€ Se inicia el volumen con un dedicatoria espléndida y justa, y un nombre excelso e inolvidable: Mariano Baquero Goyanes, que enseñó literatura en una Murcia evocada con nostalgia por Clementson, la misma Murcia de las campanadas de la torre de la Catedral, oídas desde su residencia por nuestro poeta y escuchadas (las doce en el reloj) por nuestro habitante de Murcia, Jorge Guillén, algunos años antes, tal como se recuerda en otro poema entrañable.

Palabras de respeto y admiración, de veneración y de recogimiento poético, palabras de amor, palabras de evocación y recuerdo de tragedias que ensombrecieron nuestra Edad de Plata y la convirtieron en plomo, como lo eran las balas que acabaron con la vida de Federico García Lorca. Palabras líricas como los sonidos de un mirlo en Gerardo Diego o palabras reivindicativas y comprometidas como las de Antonio Machado en momentos de lucha y de tristeza; palabras de fiesta, como las taurinas evocadas en algunos de los versos (Gerardo Diego, Fernando Villalón), palabra desbordada como la de Pablo Neruda; palabras de invocación y de memoria; palabras de poesía y de verdad que nos transmite un lector único y que nos traen versos de poetas leídos y sentidos: Cernuda, Aleixandre, Alberti, Don Dámaso€

Libro éste para recordar y para revivir, escrito en todos y cada uno de sus poemas al margen de una lectura (como hicieran Azorín y Jorge Guillén), de una lectura que vuelve a la vida y logra hacer sentir de nuevo el latido indeleble de la fuerza y la virtud de tantos escritores redivivos. Palabras y cosas, evocaciones de tiempos y paisajes, de sonidos, de imaginación de mundos inevitablemente idos, que se recuperan y se releen por medio de poemas llenos de lección de vida y de literatura en forma de retablo poético nutrido de hornacinas y altares grandes y pequeños, ofrenda floral a una época áurea y a los maestros que forjaron con su palabra un patrimonio de luz y de verdad de un tiempo de España.