La había conocido en un café parisino cuando Dora Maar, fotógrafa que llegó del Este, con fama de buena amante, jugaba sobre una mesa poniendo su mano abierta sobre ella y mientras, con un cuchillo, jugaba a herirse clavándolo entre sus dedos con rapidez. A Picasso le pareció desbordante; eran los años 30 y el maestro la incorporaba, como tercera conquista oficial femenina, a sus formas sexuales de vida. Rondaba el genio los cincuenta y su fertilidad y potencia eran conocidas por el París golfo y artístico. Admirado en todos los sentidos.

Picasso tenía el encargo de la República de pintar el gran mural para el Pabellón Español de la Exposición Universal de París, de 1937. Le adelantaron un dinero (150 mil francos) y con este importe alquiló unas dependencias espaciosas en la Rue de Gran Agustins, a pocos metros de los puentes del Sena. El local lo había vivido la fotógrafa con un último amante que precedió a Picasso, en la vida de la artista. Había ocurrido el bombardeo de Guernica sobre la población civil vasca (también el de Durango) por parte de la aviación alemana. Unos días más tarde Picasso empezó a dibujar, a realizar bocetos y a pintar el gran cuadro, mito y leyenda del siglo XX. 33 días de fiebre artística y conyugal en aquel mes de mayo, en junio, en los primeros días, descansó. El Guernica pasó por varios estadios; incluso con una lágrima roja que fue de personaje en personaje; jugando con la estética de incorporar, como collages, papeles para empapelar habitaciones. La fotógrafa Dora Maar realizó las siete fotos conocidas de estos estados intermedios de la obra final. Se sabe que paralelamente Pablo y Dora, resumidos en pareja también para el placer, comenzaron por entonces experiencias sexuales en grupo. Carlos Saura está rodando con Antonio Banderas sobre ese mes largo de arte y entendimiento.

Dora Maar sobrevivió a Picasso, que llegó a pintarla en varias ocasiones; la visitaba en el apartamento en el que siempre vivió y que no cerró nunca a pesar de marcharse, en los últimos años, a una Residencia de Mayores. Tampoco se desprendió nunca de los regalos de Picasso y hay más; el pintor, algo juguetón y satisfecho, después de los juegos del amor, dejaba testimonio en las paredes del aposento dibujando insectos y graffitti que terminaron siendo un dolor de cabeza para el Gobierno francés a la muerte, no hace demasiado, de la fotógrafa y modelo, que se fue al otro mundo sin herederos claros.

Picasso no le puso nombre al cuadro universal, fue Christian Zervós, amigo que, con otros a los que les enseñó lo pintado, gritó: ¡Guernica! El silencio del autor dio por buena la interpretación. El pintor estaba allí, también la modelo y amante, y el círculo de artistas (muchos de ellos surrealistas) a los que el azar les regaló tan magnífica ocasión. Se han cumplido 80 años de aquello; seguimos escribiendo sábanas completas de una historia formidable; nos subyugan los actores que la interpretaron. Cada modelo en el maestro de maestros, fue un giro en su pintura. En el Guernica también está la furia carnal de la fotógrafa; en el Guernica en cada uno de nosotros existe una interpretación; no solo la de un bombardeo canallesco sobre población indefensa. Ese es el misterio de la gran tela, y todas las especulaciones sobre su significado emocional. Guernica es el símbolo del horror, al tiempo que un acontecimiento de amor.