Nadie puede negar que las Matemáticas han sido y son un hueso duro de roer para la mayoría de los estudiantes. No es el caso de Isaac Newton, hombre de personalidad insigne y con una cabeza privilegiada para las matemáticas, la filosofía y la física, que pese a las complicaciones surgidas durante su parto, fue sietemesino, alumbró a la humanidad con sus portentosos descubrimientos. El bueno de Isaac nació en Inglaterra el 4 de enero de 1643, aunque lo de la fecha de su nacimiento no está muy claro, ya que por aquel entonces se utilizaba el calendario juliano. Como decíamos, al ser un niño prematuro, nació con muy poco peso, por lo que nadie pensaba que lograría vivir mucho tiempo. Miren ustedes por donde, el chiquillo vivió lo que tuvo que vivir y resultó toda una lumbrera.

Diversas circunstancias unen a Isaac Newton con el periodista de la tierra Juan Antonio de Heras. Cuenta la leyenda que Isaac, siendo mozo y llevado por su desbordante curiosidad por todo lo que le rodeaba, salió a observar la naturaleza. Tras una larga caminata y agotado tras subir y bajar cuestas (no daba el habla), decidió descansar bajo un manzano. Allí, tumbado a la bartola y medio adormilado recibió un golpe fortísimo, al caerle una manzana en toda la cabeza desde la mismísima copa del frondoso árbol. Al principio, asustado, corrió como alma que lleva el diablo. Una vez repuesto del susto, y llevado de su inteligencia superior, se dio cuenta de que las cosas caen por su peso, descubriendo así, de esta manera fortuita, la Ley de la gravitación universal.

Y es aquí donde surge el paralelismo entre Newton y nuestro periodista Juan Antonio de Heras, ya que tiene por costumbre el tribulete, en otros días político regional, tomar un reparador desayuno junto a su afamado colega Alberto Castillo en la murciana plaza de Santo Domingo. Daban cuenta ambos plumillas de sendos cafés con leche, pan con tomate y jamón y algún que otro refrigerio cuando ¡zas€! se desgajó con tremendo ruido el centenario ficus que preside la plaza y da cobijo al monumento del apóstol del árbol don Ricardo Codorniú. De Heras, no exclamó «¡Eureka, lo encontré!», como el sabio Arquímedes; más bien fue un «¡La madre que lo parió€!», emprendiendo veloz estampida con su colega hasta el día de hoy. No, por Santo Domingo no se les ha vuelto a ver, confirmando así, de tan arriesgada forma, la Ley de la Gravedad descubierta por Isaac Newton.