Y tan intenso, tan incierto y pasional como siempre resultó el clásico. Un duelo en todo lo alto que propició una superioridad manifiesta blanca en la primera parte tras los minutos iniciales, donde parecía que ni entregaba bien ni mordía, en la que pudo hasta golear, como a ratos en la segunda si los delanteros merengues hubieran estado más acertados porque el Barça estaba volcado arriba, para, sin embargo, poder empatar el partido en los diez últimos si la suerte hubiera acompañado a los culés, y quién sabe si más de mediar otras circunstancias.

Empezando por el final, las quejas de los blaugranas al árbitro fueron más por impotencia que justificadas, si exceptuamos que debería haber añadido algunos minutos más por su propia pérdida de tiempo. Porque el supuesto penalti no pitado por la imprudencia de Mendy sobre Braithwaite, en el añadido, no pasó de un leve soplo en la tormentosa noche madrileña, aunque el danés simuló lo suficiente en su caída como para darle a Del Cerro Grande motivo casual de haber estado por la labor de perjudicar al Madrid. Tomen nota de este detalle significativo los forofos madridistas que le tienen fobia desde los tres penaltis que pitó en contra en Mestalla frente al Valencia.

Zidane, en una enésima demostración felina de sus siete vidas, planteó con acierto el partido desde la inteligente puesta en escena de Valverde por la derecha, para ayudar a Lucas Vázquez en su flanco, permitiendo que este fuera casi un tercer central cuando los de Koeman apretaban, sujetando las subidas de Alba, las penetraciones ocasionales del ambidiestro Dembelé y hasta cerrando espacios a Pedri, el mejor culé del encuentro, quien suele distribuir pases acerados con su fútbol sedoso en la teórica posición del interior izquierdo. De hecho, su sustitución por Asensio, avanzada la segunda mitad, coincidió con los mejores minutos del Barcelona, percatado Messi de que su mejor socio, Alba, estaba más libre, percutiendo por su banda hasta generar la jugada del gol de un Mingueza que cada partido justifica su titularidad, y otras dos o tres incursiones peligrosísimas que pudieron amargar la noche al Real Madrid.

Tras ese repetido excelente planteamiento táctico de Zidane, aunque confesara tras lo del Liverpool que Vinicius jugó por la baja de Varane, ¡vaya tela!, lo que le desacredita tras el recital del brasileño; hay otros nombres propios que brillan junto el uruguayo, quien hizo una hora larga de juego extraordinario tanto en su desarrollo defensivo como en su faceta atacante, con la pena de que un poste le negara un golazo en otro contraataque de libro con Vinicius; Lucas Vázquez, a quien deberían renovar inexcusablemente ya, y más ahora aprovechando su inoportuna lesión; Benzema, de nuevo, quien a veces recuerda por muchos detalles al mismísimo Di Stéfano —jugada exquisita para enmarcar entre los tres, enhebrando el lujoso engarce del primer gol blanco, que debería repetirse sin fin en las escuelas de fútbol—; Militao y Nacho, sorprendentes segundos que llevan dos partidos seguidos muy exigentes haciendo olvidar a los primeros espadas, Varane y Ramos, que no es poco; y Vinicius, quien a poco que cuaje en realidades sus deslumbres frente al Liverpool y Barça se ganaría un puesto relevante en el universo futbolero junto a la titularidad indiscutible para la próxima temporada.

Y por el Barça, aparte de los omnipresentes detalles de Messi y el crecimiento geométrico de Pedri partido a partido, solo destacó la evidente progresión del citado Mingueza, nuevo internacional sub 21 con España, tapando bocas. El protagonista culé fue un desconocido Koeman, quien además de superarle las circunstancias de su segundo clásico desde el banquillo, con sendas derrotas, tuvo el tan humano como ridículo comportamiento de abandonar una entrevista televisiva porque el periodista no le agradó el oído en su exagerada afirmación sobre el dudoso penalti que él tildó de clarísimo. En su descargo, pesaría más la sospecha de que la doble impotencia ante el Real perjudica su permanencia en el Barça, pese al meritorio trabajo desarrollado con los jóvenes valores que apadrina; clave para el futuro si quieren volver a la esencia canterana culé de su mejor etapa histórica.

Finalmente, resaltar la realista confesión de Zidane: el Madrid está tocado en lo físico cuando enfila los últimos diez partidos, que el sabio Luis definía como los verdaderamente importantes.

Pero, a pesar de todo, al Madrid no hay que darle nunca por muerto. Va en sus genes, como bien saben todos sus rivales históricos.