El gol es lo decisivo del fútbol y lo más impredecible. Por eso es lo caro. Mitad calidad, un cuarto de oportunismo y otro de fortuna, y siempre determinante, con la peculiaridad de que se pagan más los goles metidos que los evitados, de ahí que los futbolistas caros sean los delanteros por mucho que necesiten más de la suerte a favor que los guardametas.

Ter Stegen evitó varios, entre ellos en un paradón al penalti lanzado por Maxi y, sin embargo, el héroe del partido fue el valencianista porque le enchufó después dos, el primero con la ayuda inestimable del culo de Alba; la suerte otra vez decidiendo. Si Messi hubiera transformado alguna de las ocasiones que tuvo, igual ahora estaríamos hablando de otro partido. Y entonces volveríamos a lo habitual desde que se fueron sus surtidores de balón: el alemán evitando goles y el argentino inventándoselos son los argumentos fundamentales del juego del Barça. Y ni Valverde ni Setién pintan nada en ambas realidades. Pero esos puntos fuertes son también las debilidades culés. En cuanto uno de los dos se apaga, sobre todo el argentino, el Barça se oscurece.

Quique Setién haría bien haciéndose ciego y sordo con los medios de comunicación porque recibirá por todos lados, aunque debe aprender a convivir con la presión que supone entrenar a un grande. Y ya me dirán ustedes qué responsabilidad puede tener el cántabro ante esa dualidad que sostiene a su actual equipo desde hace años y qué tiempo ha tenido para variarla. El Barça ha ganado siete ligas en el último decenio por mera probabilidad estadística: en treinta y ocho partidos la suerte se diluye ante la regularidad. Messi ha sido el más regular entre los goleadores y Ter Stegen entre los porteros en el último quinquenio. Sin embargo, por lo contrario, en la Champions ha sido otro cantar. En fases de clasificación lo ha hecho bien, pero cuando llegan las eliminatorias, la suerte y los días malos adquieren relevancia. Y los culés han tenido demasiados, con Roma y Liverpool en el museo de sus horrores.

Y también debe el cántabro engrasar su templanza para ejercitarla en la segunda vuelta de la Liga. Si no la gana, que puede ser, y si tampoco consigue la Champions, con mayor probabilidad lógica, será el pagano final de un equipo desarbolado por la impericia del verdadero responsable, que no es otro que Bartomeu, quien cuando asoma complacido por sonriente no sabemos si es por simpatía espontánea o estudiada, por amabilidad natural, soberbia o nerviosa, o simplemente porque no da para más, descartado que sea por bobaliconería congénita dada su trayectoria personal. Como tampoco debía ser por íntima satisfacción durante su malhadada gestión en el despido de Valverde y el fichaje de Setién, que puede batir el record de tiempo efímero en el banquillo blaugrana. Si se consuman dichos fracasos no pasaría de junio. Y él lo sabe.

Simeone también lo tiene chungo, aunque a este sí le avala una trayectoria legendaria en su Atlético. Y lo es por carácter, que no por títulos, y aun en segunda fila, al menos consiguió instalar a los colchoneros en el sitio que les corresponde por historia y afición, aun inestable. Primero le imprimió su acusada personalidad guerrera al equipo, haciéndose respetar en España y en Europa, y tras sus magros resultados intenta construir sobre esa base otro perfil más jugón, pero eso requiere un tiempo del que seguramente carezca. Y tal y como está el fútbol, de un dinero que tampoco le alcanza. Y tampoco le acompaña la tradición porque todavía sus jugadores destacados salen del equipo para ascender en el escalafón de clubes. Y es que, es tan difícil luchar contra la historia como contra la interinidad permanente de los banquillos; la terca verdad que atesoran.

Quien sí tiene los dioses futboleros a favor es Zidane. Y ojalá le duren, pero no debe olvidar que en noviembre estaba en las uñas del gavilán. Como Cesar, deberá cuidarse de los idus de marzo. En esas fechas puede tener encarrilada, al menos, la Liga. Y como en el fútbol más que ciencia hay balances, si acabara en blanco la temporada tampoco tendría mucho futuro de blanco, aunque se haya ganado el respeto general como entrenador haciendo renacer la ilusión de los madridistas. Los goles decidirán. Al margen del azar „básico„, son lo único científico en el fútbol por medibles, definidores y comprobables.