En su rincón

Pedro Santomera: gracia, nivel profesional

Pedro en las afueras de  Santomera.

Pedro en las afueras de Santomera. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Se llama Pedro Fernando Pérez Soto, aunque es conocido en el mundo del teatro, en homenaje a su pueblo, como Pedro Santomera. Lo conocí en uno de aquellos primeros monólogos en las cafeterías de Murcia y desde entonces he disfrutado de su talento y esa gracia a raudales que enamora al público y a importantes directores de escena, como Antonio Saura, con las obras de Alquibla, en la actualidad, o Alfredo Zamora, quien lo dirigió en 1995 en el grupo de teatro local y que fue quien le animó a estudiar Arte Dramático.

Su mujer regenta una agencia de viajes y él se encarga, por la mañana, de llevar a sus hijas al cole. Luego va al gimnasio, que de siempre ha practicado mucho ejercicio. Lo espero en la puerta de su casa y lo veo llegar con chándal negro y una gorra con el número 13: «No me gustan las supersticiones y soy forofo del 13 porque es el día en que nací». Nos vamos a los montes que hay detrás de su casa: «Aquí, en la Sierra del Tío Jaro, he hecho senderismo y he jugado de niño. Una vez, con los amigos, tuvimos el valor de subir una rueda de tractor para luego tirarla y verla rodar. Dimos un pasmo a unos albañiles y casi reventamos un coche que estaba aparcado. Como tenía mucha facilidad, en el cole vivía de las rentas, tenía buena memoria y siempre aprobaba sin esfuerzo».

Hablamos en su casa y me sorprenden un par de cuadros de Saura Mira junto a una obra de Párraga. Me cuenta que a él también le gusta pintar y me enseña una de sus obras que cuelga de la escalera: «Ya sabes, aquello de ‘aprendiz de mucho y maestro de nada’, que tantas veces me ha repetido mi madre. He probado muchos deportes y disciplinas artísticas varias, todo me interesa, sobre todo la fotografía…». Me habla de su primera Canon y que no le interesan l»as fotos de recuerdo, ni siquiera en los viajes, sino encontrar encuadres sorprendentes, personajes, escenas…». Me enseña unas fotografías muy buenas que tiene en Flikr, y otras que hizo en su viaje a Estados Unidos, así como unos interesantes retratos de sus hijas que cuelgan de las paredes: «Incluso me he animado a hacer algunos ‘books’ a compañeros como Manuel Menárguez, o a fotografiar el Mar Menor», confiesa. 

Me sorprende: «No me aficioné a la música hasta ser adolescente. Lo que no me gusta es ponérmela de fondo, y menos si estoy con gente o hablando. La música me gusta cuando voy a un concierto o cuando no hago otra cosa que disfrutarla. Manías...». Tras terminar en la ESAD, se fue a Madrid a conocer de cerca el mundo profesional y el mercado. Se mantenía trabajando en mil cosas: «Solo puse copas en unos pocos conciertos, lo que más hice fue de teleoperador, comercial de bolsa, cartero con una vespa, acomodador de cine, vigilante... Muchas veces pensé que debería haber sido policía. Cuando le dije a mi padre que quería ser actor, me dijo que si de eso se podía vivir. La verdad es que aún no lo tengo muy claro, porque es duro y hay temporadas que estás en vilo. No es una cosa segura, como ser funcionario, pero como yo soy de culo inquieto…». 

Me habla de algunos de sus muchos trabajos en Madrid, tanto en teatro como en cine o televisión, que le marcó hacer Lisístrata con Paco Marsó, que hizo muchas cosas para la Sexta y que le vinieron muy bien los capítulos de Arrayán que hizo en Canal Sur. También ha hecho shows de magia y monólogos, y en su vida tuvo un marcado intermedio por un accidente de tráfico, cuando iba con su moto de 750 centímetros cúbicos y un coche le arremetió: «La verdad es que esos momentos te marcan y te replanteas muchas cosas. Pensé que el teatro es pan para hoy y hambre para mañana, que nunca te quitas de encima la incertidumbre. La verdad es que, desde que yo empecé, no he parado de oír que el teatro está en crisis. Lo peor fueron aquellos años en que a los famosos de la tele les dio por salir de gira con obras teatrales y, aunque no era lo suyo, el público dejó de ir a obras de calidad por el morbo de verlos a ellos. A eso hay que sumarle que en este oficio, como en muchos, también hay ‘pájaros’ que se llevan la pasta y se aprovechan de actores y técnicos».

Pese a su sonrisa inmensa y su carácter amigable y positivo, me confiesa: «Este oficio es más duro de lo que parece. Imagínate en un monólogo, con lo divertido que parece, que en realidad es un territorio hostil. Para empezar, a la mitad de la gente de las mesas la tienes de espaldas y a algunos les fastidia tener que girarse y dicen ‘ná, esto no vale nada’, y tú tienes que darlo todo. Cuando giras con una obra de teatro no siempre es el Romea, no siempre está la sala llena, ni la gente tan entregada como en una localidad con la afición de Pozo Estrecho. A mí siempre me ha salvado que me divierte muchísimo interpretar. Me gustan las actividades creativas, pero las demás cosas siempre me han interesado a nivel ‘pachanga’, sin volcarme en ellas del todo. No he encontrado nada que me llene más que el teatro, por muy exigente que sea».

En su rincón, le gusta perder su mirada en estos campos inmensos de limoneros y en la hermosa silueta de la Sierra de Orihuela, pero también ama «el mar y los deportes náuticos, surfear incluso en el asfalto». Me confiesa su preocupación por la política: «Ya una vez estuve a punto de salir en una lista electoral, no descarto echar alguna vez una mano en los temas culturales para hacer avanzar a mi pueblo. La cultura sí que nos hace libres». Terminamos hablando de su desconfianza respetuosa con la religión, «de la que habría que liberar a la escuela». «La cara que le puse una vez a mi hija cuando vino diciéndome que le habían dicho que yo no era su padre, que lo era Dios». A la broma, broma, te hace pensar y cada jornada te hace empezarla riendo con ‘el chiste del día’ que nos regala en las redes. Grande de corazón.