En su rincón

Natalia Martín: abeja rural, tal cual

Natalia Martín el El Molino de la Tía Jarapa

Natalia Martín el El Molino de la Tía Jarapa / Javier

Javier Lorente

Javier Lorente

Este fin de semana se está celebrando en Tallante, epicentro de la zona rural oeste del término municipal de Cartagena, la Feria de la Floración y una de sus promotoras es Natalia Martín Galindo, una de las personas más comprometidas con la cultura, el paisaje y el patrimonio del Campo de Cartagena, siempre defendiendo, dando a conocer, promocionando y protegiendo esa zona que se quedó fuera del regadío del trasvase Tajo Segura y que algunos llaman «el secano cartagenero». Como no hay mal que por bien no venga, la zona oeste, que se quedó fuera del gran desarrollo económico de la agricultura extensiva e intensiva del regadío, sin embargo ha mantenido la idiosincrasia y el paisaje de cientos de años, lo que hoy la convierte en un valor a conservar y un gran recurso natural que empieza a ser conocido como una maravillosa oportunidad para el senderismo, el turismo rural y una economía sostenible conectada con el bello entorno.

Me confiesa que el molino de viento de La Tía Jarapa, donde le hago la foto junto a unos almendros floridos, como Galifa, es uno de sus lugares preferidos: «Mi trabajo y mi compromiso medioambiental me hizo descubrir la costa cartagenera y toda esta zona interior de la que estoy enamorada como quien lo está de un paraíso que, por cierto, disfruta de la primavera y floración más temprana, tal como se puede contemplar nada más empezar el mes de enero, en la romería de la Rambla del Cañar», y yo puedo dar fe de que la gente, mientras escucha la música de las cuadrillas, disfruta del poderío del paisaje coronado por Peñas Blancas, palmeras y los primeros almendros en flor de España.

La familia de Natalia procede de la bahía de Portmán, donde pasó felizmente su infancia en casa de su abuela, aunque, hija de militar, nació en El Ferrol. Me cuenta, desde niña, su apego al paisaje de la Comarca: «Con 18 años empecé como monitora y después coordinadora del albergue y granja de educación medioambiental El Almendrico, con tantos e interesantes proyectos que han marcado a varias generaciones de la región. Desde entonces siempre me he dedicado como voluntaria o como profesional al trabajo en esta zona que me parece el paraíso. He descubierto, estudiando mi árbol genealógico, que mucha de mi familia vivió en La Magdalena, cerquita de San Isidro, donde yo vivo ahora con mi pareja y mi hija».

«Es lógico que, con estos gustos por la naturaleza y lo rural, me viera abocada a estudiar ciencias ambientales. Luego estudié en Moratalla, otro lugar que amo, un módulo superior de gestión y organización de recursos naturales y paisajísticos. He llevado proyectos de recuperación de bosques de ribera en el Campo de San Juan, donde aprendí mucho, incluso a reconocer 4 o 5 especies de setas comestibles, que aún sigo recolectando cada vez que puedo. He trabajado con ANSE y con Ecologistas en Acción, y desde hace 10 años formo parte de una iniciativa de la que estoy muy orgullosa: la ONG Soldecocos. Siempre con proyectos de desarrollo y defensa del territorio y de las comunidades rurales, trabajando con la gente, escuchando a la gente, dándoles participación, con la cogestión como método de trabajo, con la implicación de todos los actores y colectivos. Si tengo que destacar alguno, sin duda me quedo con EtnoNatura, con el apoyo de Campoder y fondos europeos, con frutos como las audioguías de la zona, hasta Cabo Tiñoso. Soldecocos siempre trabaja por proyectos y con encargos de otras entidades, una de ellas con la Universidad Popular de Cartagena, sobre todo desde que se conmemoró su 40 aniversario».

Me cuenta que por los tiempos del 15-M «un grupo de gente nos fuimos a San Joy, un pueblo abandonado, desde los años 70, en la Sierra de la Pila. Fueron unos años intensos, viviendo la utopía de hacer un mundo mejor, reconstruyendo y rehabilitando el pueblo, recuperando la arquitectura tradicional, haciéndonos el pan en los hornos morunos, cultivando las higueras, los almendros y los olivos, cosechando nuestro propio aceite, usando las podas para cocinar y para la calefacción. Teníamos huertos, gallinas, un burro y empezamos con 2 cabras y llegamos a tener una veintena, de raza murciano granadina, por supuesto. Arreglamos las fuentes y nacimientos de agua, las balsas de riego, las acequias tradicionales… Nos abastecíamos de energía gracias a placas solares, etc. Ha sido un proyecto precioso y unos años inolvidables».

Aunque su afición por el trovo viene de lejos, me cuenta cómo empezó a trovar en las clases de Juan Diego Celdrán Madrid, convirtiéndose en parte fundamental de la actual remesa de mujeres troveras que están revolucionando el panorama actual de esta disciplina de repentizar versos: «Yo estoy segura que siempre ha habido mujeres que sabían trovar, pero que se lo guardaban para sí porque tenían que quedarse en casa cuidando a los hijos y porque estaba mal visto que las mujeres fueran a los cafés, donde se trovaba». En el Congreso Internacional del Trovo, Natalia ha escrito una interesante ponencia que se titula ‘Trovo, naturaleza y sociedad’, donde podemos constatar que estamos ante una mujer que destaca en la acción y también en la investigación y la reflexión. Y añade: «Me interesa mucho que el trovo sea una actividad artística, poética y festiva, pero también su parte de crítica y reivindicación. Yo soy partidaria de respetar el trovo, con su legado y su tradición, pero también creo que no hay que estar cerrados a su evolución. Siempre ha habido evolución y cambio, con nuevos palos, métricas y temas. Por eso, desde la Asociación José María Marín estamos experimentando, con mucho éxito, la confrontación entre troveros y raperos, que está haciendo que la juventud vuelva a acercarse a este mundo tan apasionante y divertido. El trovo, pese a lo que algunos creen, no es ni aburrido ni una cosa de gente mayor. El trovo hay que llevarlo a la escuela y enseñarlo como cultura viva propia de nuestra Región».

De las actividades de esta Feria de la Floración de la zona oeste de Cartagena me insiste en las rutas, el concurso de fotografía, los encuentros de cuadrillas, el mercado artesanal y solidario, los talleres de bailes y música… y todo en este su paraíso rural: «El campo sienta bien, yo soy muy feliz en el campo, no hay mejor lugar para que mi hija crezca». Buen modelo tiene la pequeña.